He venido alertando al país desde el principio, desde la campaña electoral y desde los primeros atropellos para obligar a la convocatoria a la consulta popular y llegar a la instalación de la Asamblea de Montecristi (el asalto delincuencial al Tribunal Supremo Electoral y la decapitación inconstitucional del Congreso Nacional), que el proyecto político de la ‘revolución ciudadana’ es autoritario, concentrador, excluyente y a largo plazo.
No me he equivocado. Hoy, después de cerca de cinco años de violaciones y manipulaciones legales, de un grave proceso de desinstitucionalización, de abusos y de impunidad, es evidente, salvo para quienes padecen ‘ceguera voluntaria’, que sufrimos una dictadura camuflada.
La última consulta (supuesto recurso para la ‘legitimación’ popular) tuvo un objetivo fundamental: el control de la Función Judicial y de los medios de comunicación social privados. El juicio al diario El Universo (si puede llamarse “juicio” esa farsa descarada de abuso del poder) debe entenderse, en mi criterio, como un eslabón de ese ominoso proceso: la consolidación de la dictadura y la utilización de la Función Judicial, con jueces complacientes o deshonestos, para suprimir la libertad de expresión. Todo régimen autoritario -aunque algunos afirman que defienden y rescatan la democracia- busca uniformar opiniones e imponer su verdad (léase sus intereses) única e incontrastable.
En su primera etapa la ‘revolución ciudadana’, para consumar sus violaciones, trataba de conservar las formas. Una tosca apariencia de legalidad. Una grotesca careta para despistar a ingenuos e incautos. Los tiempos han cambiado. Hoy actúa sin disimulo, con cinismo y desparpajo. La acción seguida contra el diario El Universo (la demanda, su tramitación y las sentencias no resisten el más elemental análisis jurídico) es un acto político y represivo, un paso más hacia un objetivo prioritario: acallar la crítica y la disidencia. Hablar de un ‘juicio’, de justa valoración de la demanda y de las pruebas y estricto sometimiento a las leyes vigentes, es engañarnos. Es hacerle un juego perverso a la dictadura.
¿De qué democracia nos habla la ‘revolución ciudadana’? No hay democracia cuando se pretende someter a los demás al silencio. La democracia crece en la pluralidad, las diferencias, la crítica y la discrepancia. La democracia se renueva en la libertad y la rebeldía. La democracia estimula la expresión enriquecedora de criterios distintos y contrapuestos. La democracia se fortalece en el debate respetuoso, el diálogo y la búsqueda en consensos. La imposición de un pensamiento único, o de una verdad oficial, es antidemocrática. Un país con ciudadanos adocenados y temerosos, incapaces de defender en voz alta sus derechos y sus libertades, nunca vivirá una verdadera democracia.