¿Será posible dentro de diez años mantener el actual ritmo de vida? Mucha gente vive saturada, cada vez con más tareas pendientes, correteando de aquí para allá. Además, la mayoría de personas trabaja pegada a un ordenador o a un teléfono celular, incluso fuera de su horario laboral. Sin embargo, las redes sociales sólo tienen diez años de vida e internet apenas un cuarto de siglo, pero, sin apenas darnos cuenta, vivimos esclavos de una tecnología que, si bien nos facilita el trabajo y la comunicación, nos impide llegar al fondo del corazón hasta el punto de deshumanizarnos. Vivimos tan cerca y tan lejos. Son muchos los que sienten que ya no pueden más o que les falta el aire, en una época en la que no cabe pararse y tomar respiro.
La periodista Cristina Galafate narra la historia de la monja Tannier de nacionalidad francesa que, con gran lucidez, anima a la gente a hacer turismo mirando a su alrededor y dejando a un lado Google Maps, a contactarse con la naturaleza, a escuchar el sonido de una campana hasta el final. Les transcribo la fantástica declaración de la monja budista: “No es necesario clausurarse en casa. Un filósofo de mi país habla de la feliz sobriedad: encontrar el placer en la sobriedad del mundo. Basta con hacer menos cosas”.
El mundo, tal como lo estamos diseñando, nos convierte en nuestros peores enemigos. Tenemos demasiados compromisos y tareas, de tal manera que, si ponemos de nuestra parte, nos daremos cuenta de que la simplicidad es el mejor tranquilizante. Con la simplicidad gastas menos, ahorras y no te complicas la vida, lo cual es fenomenal.
En medio de una sociedad que ha hecho del consumo compulsivo y de la satisfacción inmediata de los deseos su razón de ser, la mayor satisfacción pasa por la ausencia del deseo y por el silencio interior. Sufro cuando veo a tantos jóvenes proyectados fuera de sí mismos. Los veo con el teléfono pegado a la oreja a todas horas, y el teléfono se me antoja como una esponja capaz de absorber ideas y sentimientos hasta el punto de convertirnos en devoradores de imágenes y mensajes que nada tienen que ver con nuestra vida personal. Hay que saber cortar ¿Qué sentido tiene pasear enfrascados en el celular, chateando con alguien que está a cientos de kilómetros, a quien nunca has visto en carne mortal, sin pararle bola a quien camina contigo?
El otro día, cuando fui a comprar el pan, un joven no tan joven me dijo con evidente orgullo: “Monse, no se lo creerá, pero tengo ya más de 3 000 amigos en Facebook”. Por mi parte, incapaz de compartir su entusiasmo, le pregunté: “Pero, ¿alguno de ellos te atendería en la noche e iría en tu lugar a la farmacia a comprarte una medicina?”. “Difícilmente”, me respondió, “pues ni siquiera sé dónde viven”. “Entonces, hermano, no son tus amigos”, le dije. “Los amigos, están cerca y dentro”.