No hay mejor palabra que un silencio expresado en el momento oportuno. Quien habla por tener o mantener protagonismo, hace daño y se hace daño. A los charlatanes la gente los reconoce. A medida que sus expresiones, muchas veces sin sustento, son analizadas, su credibilidad se pone en duda. La gente se aparta de estos personajes, para buscar a aquellos que sin estridencias ni perfiles altos, dicen la palabra certera y la frase justa e inteligente, sin adjetivos calificativos, solo con los conocimientos y experiencia de la vida.
El silencio roto por una frase destemplada y sin contenido genera reacciones. La principal es considerar tonto a quien osó decir alguna barbaridad sin haberla meditado antes de expresarla. Es perder una brillante oportunidad de quedarse callado. Esto lastimosamente le ha pasado al presidente Correa. En una semana dejó pasar dos oportunidades en que el silencio era lo ideal. Hubiera demostrado algo de su inteligencia escondida. Su afán protagónico le ganó, perdiendo ante los ecuatorianos y ante la comunidad internacional. El primer silencio derrotado fue cuando informó al mundo, y sobre todo a los asesinos de los 72 emigrantes en México, que no solo se había salvado un ecuatoriano, sino que también sobrevivió a la matanza un hondureño.
¿Por qué hablar? ¿Para qué demostrar la información en su poder? Esto es afán de figuración. Es perder una oportunidad de callarse. Es hacer daño. Volvió a romper el silencio ante una reacción lógica del Canciller de Honduras, quien sostuvo la “irresponsabilidad” con que Correa soltó la noticia. El Mandatario demostró que es flojo de lengua, y con problemas de bilis. Estos temas se manejan con prudencia por ser delicados. La falta de experiencia le jugó, otra vez, una mala pasada. El silencio oportuno es mejor consejero que frases sueltas sin pensarlas.
La otra brillante ocasión que el mandatario Correa debió haber cerrado su boca, es en la última cadena sabatina, al hablar de que “por un caso de menos de dos mil dólares’ vamos a ver cuántos titulares y cuánto escándalo’” hará la prensa. El Presidente no se da cuenta que no importa el monto. Gastar dinero público para agasajos entre los miembros de su movimiento político, es corrupción. Es peculado, por cuanto se distraen fondos públicos para temas no previstos en el presupuesto del Estado. El delito se lo comete o no. No existe un “poquito de delito”. La ley no se viola un “pite”. ¿Se piensa, acaso, que dependiendo del monto hay crimen? Volvió a perder la oportunidad de callarse.
El pueblo se expresa en las calles. El presidente Correa habla en recintos cerrados ante sus esbirros que le vitorean. El silencio gubernamental es un imposible añorado por el pueblo pensante. No hay música más armónica que la producida por el sonido del silencio.