Hay tantas versiones sobre la revuelta de las tropas. Los hechos son los que cuentan, pero la construcción de sus significados a veces los borran, por las consecuencias que conllevan. Actores y observadores definen sentidos a lo acontecido. En estos actos colectivos no hay verdad única, porque la dinámica de los hechos escapa a los que los inician y a los que intervienen en su transcurso. Cada cual interviene con lo suyo, objetivos y visiones; hace del escenario de los hechos, sus hechos y su escenario. La realidad les escapa pero cada actor pretende que su verdad es la verdad; deforman a los contendores y sus razones, en función de sus objetivos, es lo propio de los actos colectivos.
Ahora, se disputan la versión del complot y aquella sobre la diná-mica de un conflicto, primero en las fuerzas del orden (Policía y Fuerzas Armadas) que hicieron la revuelta y segundo en la sociedad.
Si hubieron complotadores de todo tipo, no basta para explicar lo que pasó; ni hay necesariamente nexo entre sus actos y conflictos o fuerzas sociales mayores. Un trabajador no hace huelga aunque haya manipuladores si no tuviere un mínimo de justificaciones. Para que la tropa militar y policial se rebele se requieren razones mayores, no solo salario, aunque este puede ser un desencadenante. Acaso es su condición social como fuerza del orden, el devenir de su institución. Por ejemplo, las fuerzas del orden acumulan cambios sin construir nuevas causas a sus complejas funciones. La dinámica de malestares deben haber rebasado lo aceptable en su institución y vida. La versión del complot escamoteará esas razones, en cambio tendrá la ventaja de ser simple y de fácil uso político, sin ver las responsabilidades de todos. El límite entre la sanción indispensable y la venganza o cacería de brujas se volverá tenue. Se impondrá el silencio y el miedo sin resolver el conflicto que reaparecerá después en más crítico.
Se ve, sin embargo, que tras de los desencadenantes (condecoraciones, bonos), lo conflictivo es más el trato dado por el poder a los implicados, no proyecto gubernamental alguno, lo mismo que ya pasó con los indígenas. Este poder no da espacio al contrincante; ni existe, la actitud tecnocrática le dice que ella sabe más. Desprovisto del derecho a tener razones le queda poner la zancadilla o tramar venganza; inesperadamente estallar, hacer suya la protesta ajena o rechazar lo que sea, a condición de ser. Así, tras los significados de lo que pasó, lo que está en juego es definir el espacio para el conflicto, su expresión y derecho a ser. Antes, esos espacios fueron el legislativo y las organizaciones sociales, ahora no cumplen ese rol. Hubo un sistema que daba espacio a la expresión del conflicto y si bien no lograba resolverlo, cada cual era al menos actor público. Nuestros vecinos sin esta lógica conocieron el enfrentamiento violento.