Ante la serie de barbaridades cometidas por la gallada correísta a lo largo de esa década en la que gozó de completa impunidad, era lícito pensar que este país no tenía remedio. Porque ellos aparecieron como una nueva generación, rebelde y de manos limpias, pero rápidamente montaron el más grande y eficiente aparato de saqueo de los fondos públicos que haya funcionado en nuestra historia republicana y del que queda mucho por destapar.
Pero las sociedades, como los animales, tienen instinto de supervivencia. Así, al mismo tiempo que los glases y capayas hacían de las suyas encubiertos por una propaganda millonaria, poco a poco el Ecuador profundo iba generando sus anticuerpos, los antídotos contra ese virus que nos conducía al abismo venezolano.
Uno de esos elementos es la joven fiscal Diana Salazar, quien participó en las investigaciones y apareció siempre al lado del fiscal Baca en las recientes audiencias del caso Odebrecht que culminaron con el enjuiciamiento de varios angelitos. Lo paradójico es que la abogada Salazar, ibarreña, graduada en la Universidad Central y orgullosa de ser negra, había desarrollado su limpia carrera en la Fiscalía a pesar de que Correa, en sus propias palabras, metió la mano en la Justicia. Por fortuna, esa mano abusiva y desleal no alcanzó a dañarlo todo.
El primer caso importante que le tocó a la fiscal Salazar, cuando trabajaba en la Unidad de Lavado de Activos, fue el de Luis Chiriboga, implicado en el FIFAgate. Cuando conversé con ella este domingo me contó que no sabía entonces cuán importante era Chiriboga pues nunca estuvo muy interesada en el deporte. “Para mí era un caso más, como los del sur de Quito, o los 18 de La Roca recapturados”. Pero no, fue un tema terriblemente mediático, intentaron destruirla como profesional y llegó a quedarse afónica por la tensión, pero triunfó la justicia. (Este miércoles Chiriboga volvió a ser acusado en NY de haber recibido jugosos sobornos).
Luego vino el caso de la exportación ilegal de más de 500 millones de dólares de oro a EE.UU. A pesar de las demoledoras evidencias que presentó la fiscal, los jueces dictaron una sentencia tan leve contra los empresarios implicados que ella salió indignada. Y hace poco, cuando las ramificaciones del caso Odebrecht la condujeron al Sai Bank, algunos comedidos le advirtieron que no se metiera con gente tan poderosa. La amenaza subió de tono y ahora anda con escoltas, pero confiesa que le está aumentando el sentido de responsabilidad social “porque camino por la calle y las personas me dicen: ¡siga! Luego vienen las amenazas y pienso: mejor me quedo tranquila. Pero no puedo traicionar la confianza que está depositando la gente en mí”.
Justo lo que planteaba en mi columna anterior: con jóvenes así estamos salvados.