Nos empezamos a acomodar al sistema. Y nuestra comodidad tiene rabo de paja y mala conciencia, porque a cadencia de susurro, con el ingrediente del miedo siempre rondándonos, sabemos que la estabilidad que vivimos es la estabilidad de la fuerza, de la prepotencia y de la perpetuación en el poder. Me refiero también a que nos amoldamos rápidamente a la plácida situación de vivir, de uno u otro modo, a expensas del Estado, de los altos precios del barril de petróleo (es decir, aunque no les guste, del mercado) y de las coyunturas favorables que trae llevar la sartén bien aferrado por el mango. El mejor Ministro de Finanzas en la espasmódica y ciclotímica historia política de la República del Ecuador ha sido el barril de petróleo, sin necesidad de que tenga despacho, ni de contar con una secretaria ejecutiva a la que dictar acuerdos y cartas.
Sin embargo – y este es un gran sin embargo- la estabilidad y la apariencia, incluso, de cierta bonanza, vienen acompañadas de una factura de consideración: la devaluación de la democracia. Y utilizo con cautela, a sabiendas de que no contiene la precisión que quisiera, la palabra devaluación. ¿Cómo les explicaremos a nuestros hijos, nietos y bisnietos que durante nuestros tiempos cuestionamos incluso los más elementales principios de la vida en comunidad? Es que (les pido que por un momento se rasquen la cabeza) con la evasiva de haber instalado una “democracia diferente” ponemos en duda la vigencia de las nociones más elementales, como la necesidad de que podamos expresar nuestra ideas y opiniones de forma libre y de que se pueda disentir, sin consecuencias o represalias, del poder. Reñimos incluso respecto de la validez y de la conveniencia de que exista un sistema internacional (interamericano, más precisamente) de protección de los derechos humanos y de que la comunidad internacional pueda intervenir en caso de que el poder los ponga en peligro. Y nos tragamos –sin ni siquiera hacer las muecas de los niños cuando toman aceite de ricino- los argumentos más tramposos: los derechos fundamentales son en realidad agentes encubiertos de la CIA y los organismos internacionales están en el rol de pagos del imperialismo.
Propongo, por lo tanto, que sigamos mirando para el otro lado, disimulando que no pasa nada por estos lares, discutiendo que las cosas nunca han marchado tan bien como ahora, que vivimos tiempos de prosperidad y que debemos ser consecuentes con el poder omnímodo.
Relájense y suban los pies sobre la mesa. Por favor pongan el canguil en el microondas nuevo (comprado en cómodas cuotas mensuales). ¿Alguien ha visto el control remoto?