Si el juicio político al fiscal Washington Pesántez prosperaba, se habría dado razón a “los de siempre”. La lógica que esgrime el actual poder político suena aplastante, sobre todo cuando se mira bajo la óptica del discurso oficial que desde hace tres años pretende trazar una línea entre el pasado y el presente, y según el cual las prácticas actuales son opuestas a las del ya olvidado tiempo de la “partidocracia”.
La verdad, sin embargo, es que si se hurga un poco más allá del espectáculo mediático en la Asamblea Nacional, queda claro que hubo una serie de hechos cuyo resultado no deja de parecerse al de los políticos de antaño.
Basta revisar la votación inicial de la Comisión de Fiscalización y Control Político, en donde se produjo una confluencia de varios sectores políticos, y no solo de los afines al Gobierno, para configurar el ya histórico “limbo”, que después fue sacramentado en el Pleno a punta de omisiones, retrasos, retractaciones y “novatadas”. En todo el proceso tuvieron especial participación asambleístas de las tiendas políticas “de siempre”.
Algún día se sabrá cuáles fueron las motivaciones detrás de la acción de bloques como el PRE, el Prian y Madera de Guerrero, pero por ahora solo se pueden hacer conjeturas sobre los acuerdos que se están logrando sobre leyes como las del Agua. O sobre el inusitado rumbo que tomó el caso del ex gobernador manabita César Fernández o el archivo de los juicios contra el recordado Guillermo ‘Pichi’ Castro, quien como presidente de la ex Corte Suprema de Justicia facilitó el retorno de Abdalá Bucaram y aceleró la caída de Lucio Gutiérrez.
Pura coincidencia, se dirá, pero también una coincidencia con la manera de obrar de los de siempre, aunque convenientemente arropada bajo el discurso de que con este procedimiento “orgánico” se cerró el paso a las apetencias de “los de siempre”’
Las coincidencias no se limitan a este caso. El Gobierno cuenta entre sus piezas clave a ex colaboradores del roldosismo, a abogados que se forjaron en las prácticas jurídicas socialcristianas, a familias que ahora ponen al servicio del poder las prácticas que aprendieron de la supuestamente enterrada socialdemocracia.
Lo paradójico es que en función de esa visión maniquea -y falsa, por lo visto- se condena a los medios de comunicación en general y a los periodistas en particular. Por un lado, se los ha llegado a acusar incluso de haber sido los causantes del derrumbe de viejas estructuras como el partidismo que no se renovó y de un Congreso que cayó en la desverguenza política y se autoliquidó, y, por otro, se los mete en el mismo saco.
El periodismo honesto, al escarbar en el poder, solo sigue cumpliendo su papel, mientras los otros, los verdaderos “de siempre”, se han cambiado sutilmente de bando y hoy superan con mucho a sus padres, a sus mentores y a sus profesores.