Columnista invitado
Viejo y conocido es el adagio “El que siembra vientos cosecha tempestades”. Interpretado con otros términos: quien injuria, denigra, lastima y ofende reiteradamente originará resentimientos y heridas de difícil cicatrización.
La dirección de colectivos pequeños, medianos o grandes debe caracterizarse por varias determinantes: ejecutorias transparentes, órdenes firmes, pero respetuosas, con cumplimiento pleno de la gestión directriz, por ardua que sea; la búsqueda incesante del prestigio institucional interno y externo a través de una acción desinteresada en el plano individual, exenta de vanidad.
Adicionalmente, que privilegie lo colectivo a lo personal y que sea tolerante con el pensamiento de otros integrantes de ese grupo social o popular, por divergente que fuera. En fin una ejecutoria ejemplarizadora que enorgullezca y dignifique tanto a la organización, cuanto a cada uno de sus componentes.
Todo afán de unión y acercamiento de unos y otros es plausible y positivo, la desunión y fragmentación del conglomerado son peligrosamente negativas.
Mensurar con rigidez absoluta a la protesta social o al respaldo son hechos equivocados y basar conclusiones del momento o futuras en el mayor o menor número de manifestantes que espontáneamente se expresan o que articuladamente defienden, no debe tener la significación de triunfos o fracasos orientadores. Fundamentarse en estos sucesos circunstanciales constituirá un craso error.
Debe aflorar la sabiduría, en cualquier nivel de dirección, y comprender que el malestar de pocos o muchos debe ser atendido porque, por más dotados que se consideren los dirigentes, vivimos en un mundo en el cual nadie es infalible, por poderoso que luzca.
La modestia no es debilidad, es virtud y se transforma en un elemento de construcción y crecimiento, cuando acepta pareceres diferentes de quienes anhelan satisfacer sus derechos o aspiraciones probablemente justas, si no discutibles y analizables, en ambientes de cordialidad, entendimiento y reflexiones mutuas.
Importantes preceptos bíblicos califican lo perjudicial del orgullo exagerado, en franca contradicción con la actitud serena, tranquila que trasciende en la humildad, no en la humillación: “porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado”.
La transparencia, la honradez, el respeto, la unión y la tolerancia son vocablos de enorme significación. Identificarlos, concienciarlos y, sobre todo, ponerlos en práctica constituirán el cimiento del reencuentro grupal y social en un país.
Sembrémoslos y cultivaremos paz, bienestar y progreso, no nos arriesguemos a cosechar tempestades.