La 'sicaresca' colombiana

Cuando se empezaron a escribir y publicar novelas "sobre" el narcotráfico, alguien acuñó un término ingenioso de intenciones despectivas: sicaresca. Habían aparecido dos novelas pioneras: 'La virgen de los sicarios', de Fernando Vallejo (1993), y 'Rosario Tijeras' (1999), de Jorge Franco.

Pero el éxito no es algo que satisfaga a los críticos literarios. Les satisface más el señalamiento del fracaso. Sin embargo, ambos libros alcanzaron el éxito y la perdurable dignidad de novelas que construyeron personajes de una realidad que todavía hoy excita la imaginación de muchos escritores.

La última de esas novelas, sin la carga sicarial de las mencionadas, es 'El ruido de las cosas al caer' (2011), de Juan Gabriel Vásquez. Entre la novela de Vallejo y esta ha pasado el tiempo suficiente para suponer que el tema podría haberse agotado. Pero no es así. El narcotráfico y sus efectos sociales han sido tanto o más traumáticos que la violencia bipartidista de los años 40 y 50.

Muchos reportajes y biografías de capos alcanzaron grandes cifras de venta, pero apenas se inscriben en el más morboso entretenimiento colombiano: la violentología. En los últimos años, el mercado televisivo se animó con obras como 'Sin tetas no hay paraíso', de Gustavo Bolívar, y 'El cartel de los sapos', de Andrés López, concebidos para ser éxitos de televisión.

Ciertos críticos sospechan que el narcotráfico es un sucio episodio criminal que solo cabe en el periodismo. Yo creo, por el contrario, que un fenómeno de degradación social con casi medio siglo de existencia tiene la importancia que tuvo el gansterismo en la literatura de Estados Unidos. No hay temas prestigiosos ni temas deleznables.

¿Cómo se sitúa la literatura en este conflicto? Este fue uno de los temas debatidos en el Hay Festival de Xalapa, capital del Estado de Veracruz.

México lleva unos pocos años mirando hacia Colombia. No sé si con razón se habla de "colombianización" de ese hermoso e inquietante país, tan cercano al alma popular colombiana.

El crimen y la política, como acá, tienen allá su siniestra "cita de negocios" a los ojos de todo el mundo, pero de un "todo el mundo" que se hace el ciego, el sordo y el mudo. Política y delito no son una excepción sino la regla oculta que ayuda a medir el alcance ilegal de la economía de mercado.

Lo que no ha tenido validez literaria es la expresión brutal y exterior de esa violencia, el regodeo en la crueldad y la truculenta explosión de las acciones criminales, los ríos de sangre y la pavimentación de las calles con cadáveres. La literatura tiene el desafío de explorar la condición humana en la altanería destructiva de los criminales y en la trágica indefensión de las víctimas. En esto, Colombia y México empezamos a parecernos.

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