Eran las nueve de la mañana y tenía una cita a las diez. Pasábamos frente al edificio del Registro Civil en la Avenida Amazonas y NN.UU. Como mi cédula tenía más de 20 años y ya no me querían aceptar en ciertas oficinas públicas, decidí probar suerte y entré al edificio para ver si avanzaba en el trámite, o al menos conseguía información sobre el procedimiento, para volver un día con más tiempo y obtener el documento.
El sitio es amplio, bien organizado, quizá con cierta apariencia de banco; muy distinto de esas oficinas tenebrosas de antaño. Me recibió una despierta chica que usaba el atuendo de las indígenas del norte de país, con su sombrerito y ‘centro’, y me dirigió a la cola destinada al pago de los seis dólares que cuesta el trámite. Allí se me acercó también uno de los miembros del personal de Relaciones Públicas para preguntarme si estaba convenientemente atendido. Mi respuesta, desde luego, fue afirmativa.
Con el recibo de los seis dólares al que se había adjuntado una ficha con un número me dirigí al subsuelo. Allí, en un extenso y bien distribuido espacio se ubican decenas de ventanillas de atención individual. En unas pantallas, que también ofrecen información y comentarios, aparecen los números de las fichas y la referencia de las ventanillas a que están destinadas. En pocos minutos se me llamó. Una chica muy atenta preguntó mi nombre y número de cédula y comprobó mis datos. Eran los mismos de hace 25 años, salvo la dirección, pero no pude cambiarla, ya que necesitaba una prueba como la carta del agua o la luz y no las tenía. Pero eso se puede hacer luego en otra ventanilla, de rápida atención.
La chica me preguntó mi color favorito, lo cual me sorprendió. Esto para que le sirva de contraseña si quiere modificar sus datos, me dijo. Le di el color rojo, desde luego, y me tomó una foto al lado de la ventanilla. Me sorprendí de que me pidiera que me sacara los lentes me dijo que era la norma y con una sonrisa añadió: “Así se le ve más joven”, comentario que adquiere particular importancia cuando uno tiene 59 años.
Se me dirigió a otra sección de ventanillas para la entrega de las cédulas en un máximo de 20 minutos. Había suficientes asientos cómodos. Allí pude charlar unos minutos con un amigo con quien coincidí. En menos de cuarto de hora fui llamado, se me entregó la nueva cédula, colorida y llena de seguridades. Revisé si los datos estaban correctos y me retiré. Era cuarto para la diez. Detecté, empero, una falla. Las personas de las ventanillas llaman casi a gritos a la gente. ¿No se podría usar el sistema de pantallas?
Se diría que tal vez me reconocieron y por ello se me dio trato especial. No es así. El compañero que manejaba el auto fue a parquear. Inició el trámite 5 minutos después y le entregaron la nueva cédula 3 minutos antes. Eso es servicio VIP. Sin comentarios.