El Señor Presidente de la República ha dado muestras de gran seriedad en los últimos días. Ha nombrado a un Ministro de Finanzas muy competente, que genera confianza en el país y en el exterior, y de quien podemos razonablemente esperar el cambio de rumbo en materia económica que necesitamos a gritos, estando, como estamos, al borde del precipicio fiscal; ha propuesto modificaciones a la Ley de Comunicación que, aunque tienen serias deficiencias, incluyen la eliminación de la odiosa Superintendencia a través de la cual el régimen anterior cometió múltiples abusos; se ha reunido con el Directorio de la Sociedad Interamericana de Prensa, hasta hace poco despreciada representante de la llamada “prensa corrupta” sin la valiente acción de la cual habría sido muy difícil destapar la inmunda corrupción que ha asolado a varios de nuestros países; y ha dispuesto que los ministerios cumplan estrictamente con la Ley de Transparencia. Esas y otras decisiones merecen aplauso y alientan la reconfortante idea de que vamos por buen camino.
Pero así como existen condiciones relativas -uno puede, por ejemplo, estar un poco tarde, o muy tarde, tener poco, bastante, o mucho frío- también existen condiciones absolutas: no se puede estar medio a tiempo; una señora no puede estar medio embarazada; un marido no puede ser medio fiel; y no es suficiente ser serios solo a medias, es decir, serios ante ciertos temas, pero no ante otros.
Planteo esto porque contrasta fuertemente con la seriedad de las decisiones presidenciales antes comentadas el nada serio manejo de la política internacional ecuatoriana. La Cancillería no ha mencionado siquiera, y menos cuestionado, la violenta represión de las protestas que han cobrado decenas de vidas en Nicaragua; se tomó 3 largos días para emitir un débil comunicado que insiste en la no injerencia en asuntos internos y, en consecuencia, evita condenar la reelección de Nicolás Maduro, que es un vergonzoso atropello a la democracia y a la decencia; y ahora, la Señora Canciller se fue con licencia, para seguir promoviendo su candidatura a la Presidencia de la Asamblea General de la ONU, la cual no es, como ella sostiene, “una candidatura del Ecuador”, sino una vanidosa pretensión personal para satisfacer la cual no ha hecho méritos que se conozcan. Al contrario, ha incumplido un compromiso adquirido con Honduras cuando la elección de Patricio Pazmiño a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y ha avergonzado al país frente al mundo entero con la naturalización de Julian Assange y, luego, el intento por darle estatus diplomático frente al Gobierno británico.
Es positiva, Señor Presidente, su intención de cambiar a fondo el rumbo del régimen anterior, pero la seriedad a medias es incoherente, y la incoherencia es la madre de la desconfianza.
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