La historia tenía todos los elementos para convertirse en un escándalo mediático: macho blanco, poderoso, arrogante, francés-judío, director del diabólico FMI que maneja a su antojo la economía de las naciones, viola en un cuarto de hotel de lujo a una mucama negra, pobre, indefensa, migrante, poco agraciada, madre soltera, y lo atrapan con las justas porque comete la torpeza de llamar al hotel a pedir el celular que olvidó en su precipitada huida. Si a ello le añadimos que el protagonista tenía buenas probabilidades de llegar a ser Presidente de Francia, a la trama no le faltaba nada con sus altas dosis de sexo, política, dinero, racismo, machismo y, sobre todo, con ese elemento que tanto atrae al gran público: el súbito derrumbe de un poderoso. Además, sucedía en el escenario más vendido del mundo por las series de TV, las películas y hasta por las tiras cómicas: New York.
Una vez más una cuestión de alcoba podía afectar al destino de millones de personas. Como era incomprensible que un personaje de ese nivel actuara así, mucha gente vio el asunto como parte de una sorda lucha por el poder y se empezaron a tejer las interpretaciones más delirantes, amparadas por la infaltable teoría de la conspiración donde intervienen el FBI, la derecha francesa o sus rivales socialistas, los halcones de la Casa Blanca, el lobby judío, etc. (un etcétera que en las tiras cómicas nos remite siempre a Lex Luthor o al Guasón).
Para que estas versiones funcionen se debe convertir a la víctima en una prostituta negra a sueldo de las fuerzas del mal. Pero desde la óptica de las empleadas de hotel que iban a abuchear a DSK cuando lo llevaban esposado a la Corte, así como para ciertas feministas y para los resabiados con el poder, la mucama era una sacrificada madre que no mataba una mosca y se pelaba las manos fregando y limpiando baños y alfombras para sacar adelante a su hija adolescente.
Al tenor de las investigaciones, la verdad anda por el medio: ella no es ninguna santa, miente, se contradice y recibe grandes depósitos de tipos prontuariados, sí, pero de allí a ser instrumento de fuerzas interesadas en modificar el tratamiento de la crisis europea hay un largo trecho. Como tampoco es instrumento de Sarkozy la otra demandante, esta sí blanca, francesa, escritora, guapa, a quien tampoco le sienta mal volverse una celebridad.
Convertida la vida en un reality show, la agresión, el delito, la humillación, el dolor, todo se banaliza y es visto como una serie policial donde resalta esa llamada que hiciera DSK al hotel para pedir su celular. Si no la hacía, volaba tranquilamente a París y la historia nunca hubiera despegado. Ahora, sus abogados apuntan a desnudar (otra vez) a la demandante francesa. Como dicen en las tiras cómicas: Continuará…