Seres excepcionales

Siempre me han impresionado los talentos precoces. Ahí está esa maravilla llamada Orson Welles. Fue un niño prodigio, como Menuhin o Mozart, con habilidades naturales para la actuación, el dibujo, la narración oral y la prestidigitación. Hizo Citizen Kane cuando tenía 25 años. Y no mucho más.

Lo he recordado al descubrir la vida de otra genialidad precoz, la pianista argentina Martha Argerich. El músico Daniel Barenboim, que jugaba de niño debajo de los pianos con Argerich, la definió como "un bello cuadro sin marco".

Y Olivier Bellamy, uno de sus biógrafos, escribió sobre sus cualidades contradictorias, difíciles de encontrar en un artista: "Gran fuerza física y un toucher tan sutil que saca a la luz los matices más finos, una silueta menuda, una sensibilidad a flor de piel y una técnica magistral".

Martha Argerich fue la hija de dos economistas argentinos de origen judío, gente de izquierda sin recursos, que trabajaban de sol a sol para ganarse el pan.

Cuando Martha tenía 2 años y 8 meses, un compañerito de clase comenzó a retarla. "A que no puedes hacer esto y esto otro…". Cuando le dijo que seguramente ella no sabía tocar el piano, levantó la tapa y con un dedo repitió una melodía que su maestra les hacía escuchar. Una profesora estaba cerca y se asustó.

Así nació la leyenda. De ahí a las clases de piano y más tarde, cuando tenía 12 años, la entrevista con Juan Domingo Perón. Fue grata, amistosa, con un guiño populista bien ensayado.

En algún momento Perón preguntó: "Y qué quiere hacer la ñatita". Ella respondió que estudiar piano con Friedrich Gulda, en Viena. Perón levantó las cejas y los padres, ambos, eran ya empleados de la misión argentina en Austria. En Viena aprendió durante 18 meses con Gulda, pero después estuvo a las órdenes de Madeleine Lipatti y Nikita Magaloff, en Ginebra. También fue alumna de Stefan Askenase, María Curao y Arturo Benedetti Michelangeli. Su carrera está plagada de reconocimientos, premios fundamentales y hasta tres Grammys.

Lo interesante de la historia de Martha Argerich, lo que completa su trayectoria y le ofrece un guiño particular, es la película que acaba de estrenar su hija, Stephanie Argerich: Bloody Daughter. Es un largometraje que desde el mero nombre apunta al corazón de su progenitora.

La vida de Argerich, como la de tantas celebridades superdotadas, no fue fácil. Tenía un don, algo que la colocaba más allá de la normalidad, pero ese talento también la convirtió en un ser extraño. Y los seres extraños a veces dan miedo. Argerich estuvo casada con tres pianistas. Uno japonés, otro francés y un tercero estadounidense. Con los tres tuvo hijas. La primera la dejó tan devastada, porque no la esperaba, porque no sabía como ser madre, que la entregó a una institución para niños.

Las otras dos aprendieron a vivir con Martha Argerich, con sus viajes alrededor del mundo, con sus ataques de pánico antes de sentarse al piano, con sus amigos que invadían la vida cotidiana y no dejaban espacios para respirar como una familia normal, con desayunos y noches de estudios. Quizás lo hizo para salvarse. No sabemos si lo logró.

Suplementos digitales