En una sociedad en la que rigen los valores de la moral burguesa y en la que al ser humano se lo juzga por su capacidad de producir riqueza y consumir bienes materiales, los sentimientos de compasión y piedad no tienen cabida. En la Edad Media, la compasión y la misericordia formaban parte de las virtudes relacionadas con la justicia y la caridad. Ninguna de ellas mencionó Benjamín Franklin (1706-1790) cuando redactó su “catálogo” de virtudes del “Nuevo Ciudadano”.
La moral burguesa instaurada por el capitalismo es esencialmente egoísta, sacraliza el poder y la exaltación excesiva del yo. En esta lógica, las acciones encaminadas a consolidar el “progreso” son virtuosas y, al contrario, aquellas que lo estorban son pecaminosas. La compasión así entendida no ayuda a la prosperidad de la sociedad, la obstruye.
El menosprecio, y aun la condena de estos sentimientos lo hallamos en Nietzsche, quien execró toda forma de altruismo; según él, un invento de los débiles para vivir a costa de los fuertes y capaces. La sociedad, tal como hoy se presenta, no se sustenta (como creía Aristóteles) en la atracción, sino en la búsqueda de los propios intereses, aun en detrimento de los intereses de los demás.
El fundamentito de la compasión está en ser hondamente humana, una emoción cercana a la ternura. Y cuando hablamos de ternura evocamos la imagen de la madre que cuida y alimenta con amor a su tierno hijo. La esencia de la compasión es un “padecer-con” alguien o junto a alguien; nos incita a mirar al otro (u otra) desde su adentro. Una experiencia en la que uno siente en carne propia lo que el otro vive en su intimidad.
Quienes se sienten poco amados y se hallan aislados en su soledad es porque no pensaron lo suficiente en los otros, cultivaron su ego, se amaron demasiado a sí mismos, escaso fue el amor que entregaron a los demás. Compasión es solidaridad en grado sumo, pues ya no se trata de una relación de un “Yo” con el “Tú”, sino de una empatía en la que “Yo soy Tú”. Es una forma de autoconocimiento mediante el cual uno sabe, en ese momento, quién es, si solidario o insensible frente a la necesidad y el dolor ajeno.
Hay una nueva geografía del mal, ha dicho Zygmunt Bauman: “la banalización de lo éticamente incorrecto”. El mal no está solo en la amenaza terrorista, en la retórica de odio que se ventila desde el poder, en la orgía de sexo y violencia que exhibe la TV, está sobre todo en la generalizada indiferencia frente a las caravanas de refugiados que atraviesan mares y montañas, llegan a las puertas del imperio y estas permanecen cerradas. La compasión ha sido tradicionalmente menospreciada por una sociedad que ha sobrevalorado la dureza, la insensibilidad y la frialdad del carácter, una sociedad que ha sido atrapada por el miedo a ser débil y permisiva.