El saludo entre Barack Obama y Raúl Castro durante el funeral en honor de Nelson Mandela duró cuestión de segundos, pero la especulación sobre su posible significado y trascendencia en un futuro cercano no ha cesado desde entonces.
Para la derecha estadounidense resulta inconcebible que el Presidente de EE.UU. salude a un dictador con “las manos ensangrentadas”. En el colmo del delirio, el senador John McCain llegó a comparar a Castro con Hitler y a Obama con Chamberlain, primer ministro inglés que sacrificó a Checoslovaquia pensando equivocadamente que así apaciguaría a Hitler con un efusivo apretón de manos en Múnich.
Haciendo gala o de una hipocresía perturbadora o de una amnesia selectiva verdaderamente patológica, la derecha parece haber olvidado la cercanía y los numerosos apretones de manos entre Richard Nixon y Mao Tse-tung, el dictador chino a quien se le atribuye la muerte de entre 40 y 70 millones de personas.
Solo a un fanático se le puede olvidar que en Oriente Próximo, antes de la llamada primavera árabe, todos los dictadores eran aliados de EE.UU.
¿Y qué decir de las relaciones cordiales que el Gobierno estadounidense tuvo con casi todos los sátrapas que se entronizaron en América Latina? Con Rafael Leonidas Trujillo, con Anastasio Somoza, con Fulgencio Batista. ¿Cómo ignorar que el dictador chileno Augusto Pinochet fue consentido de varios presidentes estadounidenses: Nixon, Ford, Reagan y hasta de la primera ministra de Gran Bretaña Margaret Thatcher? ¿Ya se nos olvidó que el dictador panameño Antonio Noriega departía alegremente con George H. W. Bush, por entonces su jefe en la CIA, y que ya una vez convertido en presidente el propio Bush invadió el país para encarcelarlo? Como era de esperarse y para no quedarse atrás en el desvarío, la izquierda también ha querido hacer del gesto de Obama a Castro una señal de apertura.
En el fondo de esta injustificada especulación, a propósito de un saludo de manos, está el viejo debate sobre las sanciones de EE.UU. a Cuba, un debate que enfrenta a EE.UU. contra casi todo el mundo. Según la izquierda, el embargo es una muestra de la intervención inmoral de un país grande y poderoso contra uno pequeño e indefenso y la causa principal del desastre económico en el que viven los cubanos. Según la derecha, los cubanos viven en la pobreza por la miseria del sistema económico que los oprime y EE.UU. no debe apoyar a regímenes totalitarios que violan los derechos humanos .
Los promotores principales del embargo son “los elementos más radicales dentro de la comunidad cubano-americana de Miami”, me dice Peter Hakim, presidente emérito del think tank Diálogo Interamericano, en Washington D. C., “que creen que el liderazgo cubano nunca dejará el poder ni permitirá un cambio significativo en la isla si no se los presiona. Al igual que su contraparte, en La Habana creen que una pequeña concesión conduciría a otra mayor”.
En mi opinión, después de 50 años de haber sido implantado por el presidente John F. Kennedy, la inutilidad del embargo es más que evidente. El embargo debería levantarse porque no ha servido para el fin para el cual fue instituido.