Finalmente las previsiones se cumplieron y la inequitativa contienda electoral fue ganada por quien se hizo a su tiempo del control de todos los medios del Estado, ahora al servicio de su proyecto político personal. Chávez, de no mediar algún imprevisto, estará veinte años en el poder. Ha triunfado en un proceso hecho a su medida donde ha tenido todo a su favor, principalmente la maquinaria de propaganda oficial y los recursos estatales a su servicio para hacer proselitismo, disfrazándolos de informes a la ciudadanía. Pelear en esas condiciones a supuesto una gran desventaja. Los que votaron a favor del coronel golpista han caído en la trampa. Le dieron todos los instrumentos para perpetuar el control institucional, lo que le ha permitido ser reelegido en un proceso en el que contaba con todas las ventajas. A través de un ejercicio populista que lo ha calificado de supuestamente revolucionario, consigue mediante el voto de los más humildes mantenerse al frente de la administración, sin que ellos perciban que por las condiciones impuestas por su gobernante salir de la pobreza les será cada vez más difícil.
Probablemente seguirán percibiendo ciertas mejoras a través de bonos, asistencias, subsidios pero su situación dependerá que en las arcas fiscales exista dinero para atender esos gastos. No mejorarán su vida a través del empleo sostenible, algo que cada vez resultará más escaso debido a la reticencia de invertir en un país que ha sido hostil hacia la inversión. La suerte de los venezolanos que le dieron su apoyo depende, casi exclusivamente, de la suerte que corra en el mundo el precio del crudo. Se hace todo por mantener un modelo rentista, poco productivo, sin horizontes claros en el mediano y largo plazos.
Pero ha habido otro sector de la sociedad venezolana que en importante número rechaza la propuesta chavista. En ellos está fincada la esperanza de recuperar el país para provocar la unión fraterna entre sus habitantes. No se han propuesto triunfar a través del odio de clase, sino con la propuesta de reunificar a la sociedad ahora dividida. Han perdido en número, pero su propuesta como nunca está vigente. Ahora enfrentarán la arremetida del poder absoluto que buscará anularlos. Ya se verá que los supuestos llamados a la concordia del ganador no eran más que una treta proselitista para cautivar a los incautos.
El populismo en los países de América Latina se mantendrá vigente. Las condiciones creadas por siglos de inequidad hacen que germinen falsos redentores. La paradoja es cruel. Los pobres depositan su confianza en supuestos líderes que se aprovechan de sus deseos de transformación, para al final constatar que aquellos con sus discursos y políticas terminan por empeorar su situación. Obnubilados y embobados por las proclamas de tinte revanchista son presa fácil sin percatarse que, precisamente, esas posiciones recalcitrantes les dificultan su salida de la miseria.