En tres días más terminará su primer año de gobierno el presidente Guillermo Lasso y empezará el segundo año. Todo nos dice que el segundo año será mejor porque se supone que el equipo de gobierno ya hizo su aprendizaje, ya descubrió los límites del poder fijados por las capacidades de la oposición y aceptó ya sus propias limitaciones.
Ya realizó las dos tareas más importantes que tenía: concluir el proceso de vacunación y poner en orden las cuentas públicas, pero tiene otras dos tareas más complejas: tiene que generar empleo y tiene que derrotar la violencia del narcotráfico y la delincuencia.
Para generar empleo debe crear un clima favorable para los negocios, atraer la inversión y realizar obra pública. El empleo tiene como resultados mágicos la reducción de la delincuencia y el incremento de la confianza en el gobierno. La empresa privada es la que genera más del 80% de los puestos de trabajo; es un hecho que obliga al gobierno a olvidar las veleidades populistas. Si hay empresarios que no pagan impuestos, tiene que aplicarles la ley sin amenazas ni denunciología.
Gobernar es cada día más difícil y la gobernabilidad más esquiva. El populismo no rinde, la popularidad se esfuma, como está probando el presidente Boric en Chile y como han probado los caudillos que se creían amados por su pueblo y han terminado convirtiéndose en tiranos para mantenerse en el poder.
Pese a las tormentas políticas y las desmesuradas guerras de territorio entre funciones públicas, el primer año de gobierno ha sido benigno porque no apareció el enemigo más grande de la gobernabilidad que es el pueblo. Ya ho hay pueblos mansos, el ciudadano dotado de internet, redes sociales y teléfono móvil, ya no confía en nadie ni se siente representado por nadie. Solitario y con sus particulares resentimientos y rencores, se desata en cualquier momento y reclama, exige y castiga a quienes considera culpables de su ruina. El gobierno del presidente Lasso ha tenido la suerte de llegar al segundo año; no le queda más tiempo.