Superada la incertidumbre inicial Ecuador, se enfila a definir en un ‘ballotage’ a la persona que dirigirá su destino los próximos cuatro años. Es bastante más que una simple elección. De un lado es la continuidad edulcorada de un modelo que pese a su grandilocuencia no aportó soluciones a los grandes problemas nacionales, sino que por el contrario los empeoró.
El oficialismo ha tenido como principal defecto su persistencia en provocar una ruptura entre los ecuatorianos. El empeño en dividir al país entre supuestos buenos y malos, en diferenciar a sus acólitos que adhirieron a sus políticas de una parte; y, todo el resto que de alguna manera se mostraba crítico con aquellas, por otra, ha sido suficiente razón para que los últimos reciban insistentemente toda una andanada de epítetos, algo impensable que podría provenir desde las más altas esferas gubernamentales.
Se ha vivido una década de estilo confrontador, desgastante y que ha fraccionado al país, en perjuicio de una convergencia que debería ser indispensable para afrontar los inmensos desafíos que tenemos como Nación.
En su cruzada por obtener la hegemonía total, no repararon en someter bajo su mando todo espacio de la vida pública, instituciones, órganos de control; en fin, todo aquello que estuviere a su alcance, con el resultado que la sociedad entera se ha visto sometida a una visión única en la que no cabe disenso alguno, so pena que los estigmas y los improperios recaigan sobre todo aquel que no comulgue con las líneas oficiales.
La otra candidatura ha abrazado la bandera de la reinstitucionalización del país. Su oferta de volver a impulsar un Estado en el que impere la Ley más no las voluntades omnímodas, en que se realicen los esfuerzos necesarios para retornar a las certezas dejando de lado la vaguedad y el subjetivismo, en el que los ciudadanos sepan a qué atenerse porque sus derechos y obligaciones emanan de las normas, sin que sea indispensable estar pendientes de la reacción visceral de las autoridades para tomar la decisión para emprender en tal o cual negocio, constituyen una razón poderosa para apoyar su propuesta.
Cabe en este punto traer a la memoria la posición que la izquierda peruana, en forma orgánica, tuvo en la última elección de autoridades en el vecino país. Allí apoyaron a su opositor ideológico para cerrar filas ante la amenaza del retorno populista. Su decisión fue trascendental, porque el actual Presidente no estaría en su cargo de no ser por el respaldo brindado por esas fuerzas conceptualmente ubicadas en las antípodas del candidato ganador. Había algo más en juego que sus supuestas diferencias: el destino mismo de su Patria. Esas fuerzas políticas lo entendieron y estuvieron a tono con el desafío histórico que debieron enfrentar.
Ahora es un momento crucial. O se sigue el rumbo iniciado hace diez años con su legado concentrador, o se opta por intentar volver a un verdadero Estado de Derecho donde existan instituciones realmente independientes. El progreso por lo general acompaña a los países que se inclinan por una verdadera democracia.
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