Una cirugía hipotética que separe las causas personales de las políticas permite interpretar que tanto el caso de Emilio Palacio como el de Julián Assange se juegan en una cancha muy diferente a la jurídica como es la política o, quizá en una más difícil de percibir, como es la geopolítica. Las razones personales en los dos casos son absolutamente diferentes. Emilio Palacio fue sentenciado en uno de los casos más singulares de la historia judicial de Occidente: demanda incalificable por su pretensión, elaboración de la sentencia básica en 24 horas y ascenso del juez correspondiente. El caso por el despropósito se convirtió en el búmeran contra un régimen incontrolable por su demencial prepotencia. Tanto en este caso, como en el de ‘El Gran Hermano’, se puede parafrasear a Winston Churchill en agosto de 1940, luego del primer gran fracaso de la poderosa Lufwaffe ante la limitada pero eficaz de Real Fuerza Aérea. La alteración a la expresión histórica sería: “Nunca en el ámbito de la libertad de expresión tantos debieron tanto a tan pocos”.
El caso de Assange es diferente pues no existe una sentencia ejecutoriada judicial sino una presunción de que la justicia sueca en connivencia con la Scotland Yard extradite al australiano para su ejecución en EE.UU.
Estas peculiaridades políticas y jurídicas penetran en un círculo escalofriante si se lo observa con la lupa siempre nublada de la geopolítica. Los acontecimientos se dieron en este orden. Julián Assange se refugió en el territorio diplomático en Londres; Inglaterra amenazó con una extraña legislación de la época de Margaret Tatcher para violar la Convención de Viena. A continuación, Ecuador reaccionó y otorgó el asilo; el ex imperio negó el salvoconducto; Suecia llamó a su Embajador de Quito y parece que EE.UU. al día siguiente le otorgó el asilo político a Emilio Palacio; a continuación, el Presidente del Ecuador, en la cara de líderes empresariales mandó al infierno a las protecciones de la Atpdea y luego suspendió el encuentro acordado con la Unión Europea para un posible acuerdo comercial bilateral. En definitiva por cumplirse la profecía maya del fin del mundo.
Dos aderezos faltan a este pastel diabólico. Ecuador a pocos meses de una elección presidencial procesa una lenta depuración de firmas de adhesión electoral y la posible exclusión algunos o muchos. En esa área, parece que los sectores no gubernamentales, se parapetan en el cálculo y la estrategia, olvidando que en el Renacimiento el veneno no se ocultaba sino que lo servían en la copa.
Este caso, motivado por el festín que se protagoniza en el Consejo Nacional Electoral, de no ser parado a raya debiera dar lugar a que se estudie la no participación en elecciones y dejar candidaturas solo del ejecutivo y su asamblea. No hay que confundir con el caso de Venezuela; en aquella oportunidad fatal la no participación fue antes de que se consolide el proceso, en el Ecuador, casi todo está jugado.