Una asambleísta, invitada por un canal de TV comentó que la idea de pagar el incremento del bono de desarrollo humano con las utilidades de la banca puede terminar en que “paguen los platos rotos los siete millones de depositantes de la banca”. El gobierno respondió con una cadena nacional en la cual aseguró que en 1988, la asambleísta y su partido aprobaron una transitoria de la Constitución que daba viabilidad al “salvataje” bancario; entonces, decía la cadena, millones de ecuatorianos pagaron los platos rotos.
La asambleísta solicitó la réplica y desmintió la información. Su partido se había retirado de la asamblea antes de la aprobación de la transitoria. Aseguró que uno de los ex ministros del actual gobierno constaba entre los diputados que aprobaron la transitoria. El gobierno ordenó otra cadena para reconocer que la asambleísta había dicho la verdad, pero solo parcialmente. En la cadena apareció el ex ministro para decir que no votó a favor ni se aprobó la transitoria sino que fue añadida arbitrariamente. La conclusión de declaraciones, cadenas, réplicas y contra réplicas es que ambos dijeron medias verdades y que los ciudadanos no se merecen este uso de las cadenas y las réplicas ni tienen por qué pagar el costo de estos dramas insulsos. Hay un juego perverso con la fe de los ciudadanos por persuadir y seducir.
Se proclama que vivimos en la era de la información como si ella nos garantizara la verdad. Vivimos, en realidad en la era del espectáculo y la seducción. el espectáculo del Estado hace el Estado, dice Régis Debray. La disociación de los poderes “político” y “mediático” produjo el Estado del estrés, úlceras y depresiones. En un mundo en el cual lo que no pasa por la televisión no existe, resultaba inconcebible un gobierno sin pantalla, fue preciso tomarse los canales para ejercer el poder. Esto explica el desbalance entre el opositor que solicita el derecho a la réplica y el gobierno que impone, en cadena, su “versión de los hechos”.
Avanzamos patria, y llegaremos pronto, al pasado, cuando el poder tenía el monopolio de las comunicaciones. Por eso le gusta al gobierno el sistema europeo más que el norteamericano. Aunque vamos en dirección contraria nos parecemos; el sistema europeo todavía tiene algunos canales estatales mientras nosotros tenemos “todavía” algunos canales privados. El Estado-televisión aún se ve obligado a competir con otros emisores y tiene que ofrecer entretenimiento, pugnar por el monopolio, bajar la calidad, asegurar el rating, disputarse los “talentos” y aumentar costos. Mientras no gane la batalla tendrá que continuar con aclaraciones y desmentidos; esta guerrilla de vanidades, como dice Debray, no es la comedia del poder sino su tragedia.