Hay algo más impactante que la derrota electoral de Alianza País el pasado domingo: los intentos de reducir la debacle a un saludable remezón, que no afecta los fundamentos del modelo de la ‘revolución ciudadana’, sino que simplemente obliga a ajustar sus estrategias. Conmocionado todavía por el golpe, el Presidente ensaya líneas explicativas que minimizan el significado político del resultado electoral.
Sorprende escuchar cómo la autocrítica del gobierno se reduce a un mea culpa por errores de campaña, sorprende cómo desconoce o pretende minimizar la dimension de la derrota. El fracaso electoral no se reduce a la pérdida de la Alcaldía de Quito, a la cual en el calor del proselitismo, el presidente Correa caracterizó como baluarte de la revolución; la derrota tiene escala nacional, al punto de que las principales ciudades están ahora en manos de la oposición.
Correa no se equivocó al decir que una pérdida en Quito significaría una afectación al núcleo mismo del modelo revolucionario. Al desplazar al alcalde Barrera y asumir en primera persona la campaña, configuró una señal de desprecio por la democracia local, por los poderes locales, por los ciudadanos. Lo que venía aconteciendo en Quito se amplificaba en el resto del país; la derrota en Quito se replicaba con igual o mayor intensidad en el resto de las ciudades.
Correa no se equivoca tampoco al identificar en el sectarismo la causa de la derrota. Pero Correa ve el sectarismo solamente como una conducta de determinados actores y no como una estructura semántica que caracteriza a la revolución ciudadana. El sectarismo es un fantasma que acompaña a toda revolución, porque toda revolución se pretende poseedora de una verdad que es incontrastable e inderogable. El sectarismo es el método al cual acude el modelo político de concentración de poder: todo se reduce al uno que decide y que define; el resto, si no se somete, debe ser excluido. El sectarismo no solamente impidió construir una política de convocatoria más amplia que sea dialogal y deliberante, sino que fue fácil blanco para la impugnación a la concentración de poder que se expresó al tratar de imponer en los ámbitos locales el format de la revolución ciudadana.
El sectarismo es expresión elemental y básica de la política, reproduce ad infinitum la lógica amigo-enemigo como enfrentamiento cuasi animalesco; una disposición a ver en el otro, en lo diferente, amenaza y no oportunidad; una lógica de desconfianza que corroe desde su interior la fuerza que requiere la construcción de la política.
Para el modelo de la revolución ciudadana todo se pone cuesta arriba; ahora deberán aprender a ser oposición y no gobierno; un aprendizaje de democracia del cual deberán salir alejándose del sectarismo; pero, ¿cómo hacerlo si ese es el método del modelo?