La política en América Latina generalmente ha sido cíclica y determinada por la lucha entre fuerzas políticas antagónicas. A inicios del siglo XX la disputa se dio principalmente entre conservadores y liberales. Desde el retorno a la democracia, a partir de los setenta e inicios de los ochenta, ésta continuó entre agrupaciones de izquierda y de derecha.
El giro a la izquierda, el cual caracterizó a la política latinoamericana a principios del siglo XXI, ha terminado. El mapa del continente está dejando de ser rojo para teñirse de azul o, a raíz de los recientes resultados electorales en Brasil, de negro. El triunfo del neofacista y ultraderechista Jair Bolsonaro es un retroceso en términos democráticos para América Latina.
A más de Brasil, Sebastián Piñera en Chile e Iván Duque en Colombia marcan esta tendencia. Una tendencia que manifiesta un creciente malestar con la llamada izquierda latinoamericana.
Es cierto que no puede ponerse en un mismo saco a todos. Varios especialistas (Castañeda, 2006; Lanzaro, 2007; Petkoff, 2005) han tendido a clasificar a los gobiernos de izquierda en dos grandes grupos: los de una izquierda pragmática o socialdemócrata y los catalogados como de izquierda radical. Dentro del primer grupo están Chile, Brasil y Uruguay. Dentro del segundo Venezuela, Nicaragua, Ecuador (hasta la época de Correa) y Bolivia. La Argentina de Kirchner fue un híbrido.
Aunque las diferencias han sido sustanciales, el fracaso de los llamados gobiernos de izquierda se ha debido a diversos factores. Mal manejo económico, escándalos de corrupción, incremento de los niveles de inseguridad, abuso y concentración de poder, limitación de las libertades…
La llegada al poder de la izquierda se dio en un periodo de bonanza petrolera y de altos precios de las materias primas. Sin embargo, no supieron aprovechar de este periodo para dar forma a un modelo que en lo económico, político y social pueda sostenerse en el tiempo. En el caso de Ecuador, Venezuela, Bolivia y Nicaragua se dio un desmontaje progresivo de regímenes representativos y la sustitución por modelos populistas y autoritarios.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en un libro titulado “Cómo mueren las democracias”, consideran que la democracia está en peligro y trastornada por los populismos. Y es que la democracia no termina con un golpe militar o una revolución. Se da en un lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, como el sistema jurídico, los contra-pesos institucionales o la erosión global de las normas políticas…
De eso es responsable la izquierda (populista) latinoamericana. En este escenario, se hace difícil frenar este desplome a menos que se enmiende, se acepten los errores y haya una sincera intención de reinventarse. Se ha quedado solo el ex presidente uruguayo, José Mujica. Prácticamente todos han sucumbido a