Ahora que se habla de transición y de cambio, si de verdad creen en ello quienes van a gobernar el país los próximos cuatro años, llénense de buenos deseos, como si fuera año nuevo y háganos un favor. O mejor, varios.
Si quieren reconciliarse con la mitad del país, esa mitad a la que no convencieron en campaña: bajen los decibeles. No griten ni insulten. No bailen. ¡Por favorcito! No hagan farras ostentosas ni canten, al menos no públicamente, si quieren canten y bailen en sus casas, en la intimidad de su karaoke, pero no en la tarima que la política no es concierto.
No vayan por las ciudades y pueblos en interminables caravanas de lujosos carros sin placas y a toda velocidad. Dejen tanta seguridad que no les va a pasar nada. Rompan los protocolos que se han inventado y si pueden, vayan como peatones, para que puedan ver el país real y se bajen del mal de altura.
No rompan periódicos que se ve feo y desagradable. Mejor aún: no se hagan de rogar y den entrevistas, para que la gente pueda estar enterada de lo que piensan y de cómo van a gobernar, de sus aspiraciones y de sus promesas, de sus logros y de sus fracasos. Hagan de los medios públicos eso, públicos y déjense de tanta propaganda oficial. Sean buenitos, no sean malitos: dejen que la gente vea la telenovela en paz, porque la propaganda se metió hasta en la sopa y en las sábanas y en las alcobas y en la salita de estar. Piensen que la mayoría del país no tiene todavía Netflix como para librarse de tanto anuncio publicitario.
Claro que ya lo máximo sería que hagan un borra y va de nuevo y se dejen de leyes de comunicación, leyes mordaza y demás, y que aprendan a vivir con la prensa, con las caricaturas, con los editoriales, con los comentarios, con las críticas y con los análisis, sin molestarse tanto ni hacerse mala sangre.
Lo mejor sería que den amnistía a quienes están detenidos por temas políticos y que, en lugar de decir que serán tolerantes (no se trata de tolerar al prójimo sino de escucharlo y respetarlo), sean dialogantes, pregunten, entérense, lleguen a acuerdos mínimos. Más conversación y menos represión. Nada del otro mundo: un poco de esfuerzo para escuchar al otro.
¿Qué les cuesta hacer, por ejemplo, la consulta previa, libre e informada para actividades extractivas en las comunidades? Si la hacen de veras, les costará menos y tendrán menos malestares.
Claro que ya lo máximo sería que saquen las manos de bajo las faldas de la justicia para volver a creer en ella. Hagan caso a las denuncias, al menos pónganle el ojo, que no siempre son mentiras de la oposición: no hostiguen al mensajero: escúchenlo, puede ser interesante. Es más, no vean la paja solo en el ojo ajeno sino la viga en el propio. Sean buenitos, no sean malitos, den un giro de timón por el bien del país y dejen vivir.
maguirre@elcomercio.org