El sangriento conflicto de Siria

A propósito de la alta tensión entre EE.UU. y Rusia, que seguramente es la más grave desde que terminó la Guerra Fría, vale la pena recordar que el sátrapa Bashar al Assad lleva ya 16 años en el gobierno de Siria.

Heredó el mando de su papacito Hafez al-Assad, quien gobernó por 29 años. Y, según la revista Forbes, posee una fortuna superior a los 45 000 millones de dólares, hecha al amparo del poder.

La brutal represión contra su pueblo ha dejado, según estimación de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, el saldo trágico de más de 250 000 muertos hasta finales del 2016, más de 8 millones de desplazados y alrededor de 4,7 millones de refugiados, en lo que es la mayor crisis de refugio desde la II Guerra Mundial.

Las bajas de niños son espeluznantes: superan los quince mil. Y los daños materiales se calculan en 16 500 millones de dólares. El país está devastado. Su infraestructura destruida —incluidos colegios, universidades, instituciones sociales y 177 hospitales— y el 80% de la población está en la pobreza.

Al informar sobre la situación, Antonio Guterres —actual Secretario General de la ONU— puntualizó que “Siria se ha convertido en la gran tragedia de este siglo, con sufrimiento y desplazamientos sin parangón en la historia reciente”.

Las armas predilectas del dictador sirio para reprimir a su pueblo son las químicas a pesar de que están prohibidas por el Consejo de Seguridad de las NNUU, que acordó en el 2013, con el voto de sus 15 miembros —Rusia y China incluidas—, ordenar al gobierno sirio destruir su arsenal de armas químicas de destrucción masiva.

Resolución que no ha sido acatada por la dictadura de Bashar al-Assad.
Y es que el gobierno sirio posee uno de los mayores y más sofisticados arsenales de armas químicas del planeta.

Lo cual llevó al presidente Barack Obama, años atrás, a anunciar al mundo que intervendrá en Siria mediante una operación militar limitada para derrocar a su gobierno y detener el uso de armamento químico porque, según dijo, “cuando los dictadores cometen atrocidades el mundo debe actuar”.

Pero no cumplió su oferta. Francia, Turquía, Arabia Saudita y Australia la apoyaron, mientras que Rusia, China, Italia, Alemania, Brasil, Argentina, India, Sudáfrica y otros países se opusieron a la iniciativa. Y un tercer grupo de países —entre ellos, Inglaterra, Canadá y Japón— adoptó una posición intermedia: apoyar la acción militar pero bajo control de la ONU.

Hoy el alocado Trump ha retomado esta iniciativa. Dispuso el jueves pasado el bombardeo de la base militar siria de Shayrat para destruir los helicópteros MIG-23 de fabricación rusa con los que se lanzan las armas químicas. Vamos a ver qué pasa.

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