Entre la sangre y la paz

 
La Compañía de Jesús y la Iglesia del Ecuador, especialmente las Diócesis de Cuenca y de Riobamba, hemos recibido con gran alegría la noticia de la beatificación del P. Moscoso, mártir de la Eucaristía. Corrían años complicados, de enfrentamiento entre dos maneras de concebir la vida en el Ecuador: liberales y conservadores llevaban al extremo la radicalidad de sus opciones hasta el punto de dirimir sus diferencias a golpes y a bala. La capilla del Colegio San Felipe Neri, escenario del sangriento episodio, recoge en sus bellas pinturas la doble historia, esa batalla permanente que el hombre libra entre el bien y el mal: barbarie y gracia, infamia y generosidad, muerte y vida. Como siempre ocurre (pienso en los mártires de la UCA o en San Óscar Romero), las balas no pueden ahogar el grito de liberación y los signos de vida de aquellos que están dispuestos a entregarlo todo por lo que creen y aman.

En momentos difíciles para nuestra patria, en que parece que todo vale con tal de llegar al poder y apalancarse en él, el testimonio del buen jesuita es muy decidor. Ante estas elecciones seccionales, siento que la política, de repente, se ha convertido en un buen negocio, en una fenomenal oportunidad de medro personal. A la luz de los resultados, personas y partidos volverán al anonimato y nadie recordará nombres nunca aprendidos. En muchos casos, se trata de elecciones oportunistas para ganar un empleo que, si suena la flauta, garantizará la vida del candidato y de su familia por unos cuantos años. Con semejante mística, ¿qué se puede esperar de la mayoría de los pretendientes? Quien sufrirá las consecuencias, una vez más, será el pueblo, las instituciones y la misma política, cada día más desprestigiada.

No necesitamos figurantes, modelos efímeros, que nos arrebaten la bolsa y la vida. Necesitamos gente capaz de darnos esperanza, futuro y desarrollo, gente honesta que sepa bien lo que ama y que, más que al cobro, esté dispuesta a pagar el precio del servicio público, de la promoción de los pobres, del bien del país.

Bueno sería que los elegidos y todos los ecuatorianos sepamos descubrir en compatriotas como el P. Moscoso modelos de vida cristiana, de amistad y de fraternidad, de encuentro y de diálogo, de coherencia y de servicio hasta dar la vida. Sólo así se puede construir un mundo mejor, de paz y de justicia. Los mártires nos recuerdan que hay algo más importante que el hecho de vivir o de morir. No se trata de menospreciar el don maravilloso de la vida, sino de llenar de sentido y de contenido liberador el tiempo maravilloso que Dios nos da a cada uno.

La pequeña capilla del San Felipe se ha convertido en un espacio de coherencia. Eso necesitamos: espacios de vida que vayan tejiendo formas humanas de vivir y de morir. A cada uno le toca cuidar su tiempo y espacio.

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