Las encuestas no fallaron completamente en las elecciones en Brasil. Al ganador Lula Inacio da Silva le dieron, respecto a los resultados de las urnas, un punto menos. Lo sorprendentemente fue la votación de Bolsonaro, que subió sorpresivamente entre 9 a 10 puntos. La primera interpretación es que existió un voto oculto, de miedo o vergonzante que no fue detectado por ninguna operadora de pronósticos y que antes de la segunda vuelta, permite ensayar dos opciones complejas para el futuro político del país- continente; incluso para sus vecinos, como sucedió con el golpe de estado de 1964.
Si el candidato Lula consolida su triunfo y gana la situación política demandará una cuidadosa observación y estudio, pues ganaría la presidencia, pero carente de apoyo institucional pues no contaría con una mayoría parlamentaria ni de gobernadores estratégicos en un país federalista y con hegemonía económica de gran escala en los principales zonas como Rio de Janeiro, Sao Paulo y Minas Gerais muy cercanos a la extrema derecha en el área política. Además, la confrontación política sería extrema y permanente, pues si ya no existen las controversias ideológicas de la Guerra Fría las urnas muestran un país dividido, diferente y contrapuesto: la extrema pobreza del noreste y el poder moderno y altamente capitalista del sureste. En estas hipotéticas circunstancias, de no lograrse un acuerdo nacional de gran contenido el golpe de estado estaría rondando el Palacio de Planalto.
Si por lo contrario el triunfo es para Bolsonaro se alcanzaría una hegemonía institucional entre el ejecutivo, la mayoría legislativa y las principales gobernaciones. Se se radicalizarían las políticas capitalistas, su vinculación con los estratégicos grupos de poder y, además, plantearían una política social de contención y asistencia social moderna y efectiva. Ignorar este costo pudiera ser alto pues ese componente es la mitad del país que, por los mecanismos electorales, habría quedado al margen de la actual coyuntura.