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El 2015 se presenta como un año en que el mapa político de la región puede cambiar sustancialmente. Se celebrarán elecciones parlamentarias en Venezuela y presidenciales en Argentina, dos de los principales países alineados con la nueva prédica populista, cuyos gobiernos tendrán que esforzarse arduamente si quieren mantener el control del poder que lo han ejercido férreamente por más de una década. Estos procesos tienen una importancia capital en América Latina porque de sus resultados depende la suerte del denominado socialismo del siglo XXI.
Contaron con un respaldo importante de la población, sustentados en el excelente momento por el que atravesaron los precios internacionales de sus principales productos de exportación, situación que, a decir de las encuestas últimas, se ha ido deteriorando para, coincidentemente, en los dos países, alcanzar un apoyo de aproximadamente el 30% del electorado. Este número no deja de ser importante pero, probablemente, no les será suficiente para sostener el poder hegemónico que estructuraron. El kirchnerismo se juega la carta que el candidato que presente se alce con el triunfo apostando a que, en el balotaje, los electores peronistas se unirán y votarán por el candidato de esa tendencia. Lo que resta por ver es si el designado, probablemente el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, se ajustará al guión que le gustaría escribir a la actual Mandataria. Los hechos políticos internos hacen pensar que, aún de resultar electo Presidente, tendría que marcar distancias con su antecesora debido a la sucesión de escándalos que han aparecido con respecto al crecimiento astronómico del patrimonio de la familia en el poder. En Venezuela, el desastre es mayúsculo y, salvo que la oposición no se presente unida, las opciones oficiales para controlar la Legislatura, lucen comprometidas. No hay que descartar que un Régimen acorralado, acostumbrado a ejercitar interpretaciones inverosímiles de la ley para apuntalar su proyecto político, no recurra nuevamente a esa práctica para conservar su mayoría en la Asamblea. Ya lo hicieron con anterioridad cuando con alrededor del 50% de la votación controlan más de los dos tercios del recinto parlamentario. Quizás lo intenten nuevamente, pero las condiciones actuales no son las mismas y ahora enfrentan a un electorado cansado y fatigado con las políticas implementadas que han provocado desabastecimiento, escasez y la mayor inflación del continente.
En condiciones normales tales antecedentes serían suficientes para provocar la alternancia en el poder. Sin embargo, los populismos han sido hábiles para instalar la idea de un cambio a favor de las clases populares, hecho controvertible cuando se ve el deterioro de la capacidad de compra por el fenómeno inflacionario desatado en esos países. Pero a través de la propaganda aún mantienen una buena base política que queda saber si les alcanzará para sostenerlos en el poder o si se acerca el momento de verlos partir en retirada, aun cuando sea momentáneamente, hasta que aparezcan otros iluminados.