Por 30 años, sucesivos gobiernos civiles y varias dictaduras militares persiguieron lo que hoy se conoce como “cambio de la matriz productiva”. Pero fracasaron rotundamente. Desde 1950 hasta 1980 lucharon por un modelo económico alternativo al viejo primario exportador. Quisieron la industrialización en base a la “sustitución de importaciones”.
Hubo cualquier cantidad de plata para tal fin, no de uno sino de dos “boom” económicos: el del banano (1950-1970) y el del petróleo (1970-1980). Sobre todo en la dictadura militar “revolucionaria y nacionalista” de Rodríguez Lara (1972-1976), con los petrodólares, se levantó con más decisión la promesa del cambio económico para redimir a los “humildes” en un ambiente nacionalista.
En los 70 la consigna fue “sembrar el petróleo”. Quedaron atrás las carreteras empedradas. Aparecieron las amplias vías pavimentadas, los puentes, las hidroeléctricas. Se construyeron más escuelas y hospitales. Se olía a modernidad. Crecieron las ciudades y el número de vehículos. El Estado fue el principal gestor y ejecutor de la propuesta. Fue el gran empleador. Engordó la burocracia, la clase media. Proliferaron los bonos, los comisariatos civiles y militares, los regalos navideños “donados” por los gerentes y ministros. La tecnoburocracia abultó sus bolsillos. Hasta en las casas proletarias se bebía whisky. Mientras tanto, por el petróleo, la selva amazónica era contaminada y devastada. Se exterminaba al pueblo Tetete.
El cambio de modelo se hundió en medio del festín consumista, del proteccionismo, del paternalismo del Estado y de las masas y del rentismo de las élites. Frente a tanto gasto se inició el endeudamiento externo. En los 80 bajó el precio del petróleo. La burbuja estalló. Crisis. Los ricos se habían hecho más ricos, aparecieron nuevos ricos; los pobres… más pobres, pero con TV.
A la luz de la historia hay que entender que el “cambio de matriz productiva” es una parte de un cambio más amplio y sustantivo. Depende de un cambio de los patrones de consumo, de un cambio cultural de la población. Además, dicho cambio no sólo requiere del Estado, sino y básicamente de la sociedad. Por más plata que invierta el Estado, del petróleo o de donde sea, si la sociedad no se apropia, aquí no pasará nada.
El tema del Yasuní no solo significa la defensa radical de ese pedazo de territorio megadiverso. Convoca a una discusión (en la consulta) y a compromisos de cómo hacia futuro (todos) producimos y consumimos, cómo nos relacionamos con la naturaleza y entre nosotros. Cómo dejamos de depender del petróleo para crear otras fuentes de trabajo y riqueza. Si caemos en la tentación de tomar la ruta fácil del petróleo (pereza), perderemos una gran oportunidad de dar un gran giro a nuestro destino. Volveremos a repetir la historia de los años 70.