La decisión del grupo político Ruptura 25 de seguir cobijado bajo el ala del Gobierno, luego de tres años de gestión, desconcierta y desanima. No porque se esperaba que ingrese a las filas de la oposición, pero sí que mantenga un indispensable distancia crítica que aportaría al propio Régimen y significaría un fortalecimiento de la democracia en el país; mucho más, luego de la represión que sufrieron sus asambleístas durante el frustrado juicio al Fiscal General y a la distorsión legislativa que se está experimentando con el imperio de los vetos o legislación directa por parte del Presidente de la República.
El problema de Ruptura 25 se inscribe en la crisis de la juventud política en muchos países del continente y particularmente en el Ecuador. Debe suponerse que a esa edad se despiertan vocaciones y se empieza a militar en la vida nacional. Esa prematura iniciación es la base en la que generacionalmente se cimenta el futuro nacional; pero, si este fenómeno no se produce con su aporte crítico e irreverente significa que el futuro nace hipotecado y que en el horizonte solo se atisba o se sospecha de nuevos ensayos populistas que solo requieren de un caudillo con desbordada fuerza y la adhesión de un pueblo que desconoce que existen otras opciones más democráticas y encaminadas hacia el fortalecimiento de las instituciones sin las cuales el sistema republicano termina en una opereta de verguenza.
El Ecuador del siglo XXI carece de una juventud política activa y militante. En consecuencia es muy difícil que surjan nuevas conducciones basadas en renovados liderazgos; estructurados equipos de trabajo para un futuro gobierno y, como elemento fundamental, un proyecto que dé a luz procesos históricos de cambio y reafirmación democrática.
Se ensayan hipótesis para explicar el desinterés y la indiferencia de la juventud en nuestros países que termina sustituyendo su hidalguía y rebeldía por los fáciles oportunismos que no rompen con el pasado sino que lo hacen con el porvenir. Entre estas explicaciones se afirma que el fin de la Guerra Fría produjo el eclipse de las juventudes políticas.
Antes de este fenómeno, universidades y sindicatos eran los escenarios donde los jóvenes democratacristianos y socialdemócratas protagonizaban una intensa y reñida competencia ideológica con sus pares del socialismo y el comunismo. De esas luchas, incluso callejeras, surgieron líderes y políticos que dejaron un gran legado para la democracia de sus pueblos.
Hoy la situación es lastimosa. Parafraseando perversamente las palabras finales del presidente Salvador Allende, se puede decir que se han abierto las amplias avenidas a líderes populistas que desde la cobija de una egolatría sin parangón histórica destruyen el pasado sin beneficio de inventario, usurpan el presente y subastan la esperanza de un futuro diferente.