Paul Dolan, profesor de la London School of Economics, fue uno de los conferencistas más taquilleros del Hay Festival 2013. Aunque disertó sobre la felicidad, no pudo explicarnos por qué, en una nueva encuesta, Colombia había clasificado como el país “más feliz del mundo”.
Parece que Dolan no se creyó el cuento. Aunque buscó frases de cortesía para no aguarnos la fiesta, no nos ayudó a unir las piezas de un rompecabezas incomprensible: ¿por qué nos consideran el país más feliz del mundo? El conferencista estaba hablando de algo distinto a lo que los colombianos encuestados entienden por felicidad.
Si Dolan hubiera conocido un grafiti bogotano de hace 20 años (“el país se derrumba y nosotros de rumba”) habría barajado esta hipótesis: los colombianos somos “felices” porque hemos perfeccionado mecanismos de defensa y atajos para “pasar agachados”. En lugar de considerar prioritarias las desgracias y el propósito de enfrentarlas, hemos adoptado la costumbre de evadirlas.
Dolan llenó las butacas del teatro Adolfo Mejía y arrancó aplausos porque la felicidad, en abstracto, tiene buena prensa,.
Lo cierto es que la felicidad dejó de ser un asunto profundo para convertirse en tema de superficie en la “cultura del entretenimiento” que circula por los medios de comunicación masivos. Puede ser objeto de la medición de los economistas, pero difícilmente sería tema de la gran literatura, lugares simbólicos donde se expresa la vida.
Dolan propone una hipótesis interesante: en las sociedades con mayores niveles de riqueza, “la gente está dejando de lado los factores que más contribuyen a su bienestar”. El economista inglés no lo dice, pero “priorizar las relaciones”, entre nosotros, significaría la adopción de conductas evasivas. ¿Quiere esto decir que los avestruces tienen más posibilidades de alcanzar la felicidad? Gracias a la banalización de nuestra vida cotidiana levantamos un “imperio de lo efímero” en el que cabe esta fácil noción de la felicidad, medida por encuestas de dudosa metodología. La felicidad de la que no habló Cada vez que nos dicen que somos uno de los países más felices del mundo arrastramos a cientos de miles, millones de compatriotas, al falso convencimiento de que, al priorizar la solución de problemas colectivos (la pobreza, las injusticias, la violencia, la ilegalidad, la corrupción de lo político), estamos llenando de piedras el camino de la felicidad.
Me parece mucho más interesante averiguar por el trabajo de Dolan en investigaciones sobre “la relación entre psicología, economía y políticas públicas”. Todavía no hemos medido, al menos en Colombia, el grado de infelicidad que producen en el ánimo las erráticas y desafortunadas políticas públicas de nuestros gobernantes.
Existe una dimensión de felicidad que incluye solidaridad y sentido de justicia humanas.