Que los miembros de un equipo renuncien o sean despedidos con cierta frecuencia es un signo inequívoco de una disfunción. A veces es un tema de liderazgo y otras veces pasa por las reglas del juego, pero también suele atribuirse a un pobre proceso de reclutamiento.
El presidente Lasso tuvo buen ojo para rodearse de gente capaz en sus actividades privadas pero en su ejercicio público a veces ha privilegiado la confianza y la lealtad sobre la capacidad. Diego Ordóñez, Carlos Jijón y Eduardo Bonilla son los principales tótems al más rotundo fracaso pero la lista no termina allí.
Con la caída de Patricio Carrillo, Lasso opera el cambio forzoso de un alfil en un área sumamente delicada y en 16 meses de gestión suma ya tres ministros de gobierno y dos del Interior. También vamos por el tercer ministro de Defensa y por el tercero de Agricultura. En total son ocho carteras que en menos de un año y medio van por su segundo titular.
Y así volvemos al manual del buen administrador: ¿fueron reclutados de manera errónea o se les ofreció el cargo incorrecto? Alexandra Vela, por ejemplo, quizás hubiera sido mucho más apreciada como síndica de la presidencia. Correa hacía jugar a Patiño en cualquier posición sin ningún pudor pero un gobierno que quiere obrar con seriedad no puede poblar a los ministerios con amigos íntimos.
El presidente tiene un puñado de muy buenos ministros pero el resto de integrantes bien puede hacerle perder el partido, sobre todo cuando allí figuran todavía un par de chicos de la burbuja samborondeña amamantados con manuales y recetas.
Es verdad que no es muy justo establecer una comparación porque Lasso dispuso cambios estructurales en algunos despachos, pero Lenin Moreno tuvo 70 ministros en cuatro años y el “Gobierno del Encuentro” ya suma 34. Y en honor a la justicia, no estaría mal que le pida la renuncia a al menos dos ministros más. La pregunta es si va a llenar las vacantes con especialistas probos o con personajes livianos que no incomoden en Twitter y que sean leales a su causa.