Columnista invitado
Cada quien tiene el rostro que merece. Nacemos con rostros métricos o asimétricos pero, en lo sustancial, vamos trabajándolos a lo largo de los años. Somos culpables de ellos. Cuando políticos, espías, gánsteres, actores de cine o magnates van en pos de cambiar sus rostros, se erigen en paradigmas de este aserto.
En el rostro de Marilyn Monroe hubo algo de tragedia agazapada. El de Sofía Loren delata fuerza, los pómulos a la defensiva, un ápice agresivos. El bigote de utilería y los ojos húmedos de Charles Chaplin (en la vida real impregnados de soberbia) fueron los precisos para franquear la inmortalidad; en contraste, la cara de piedra de Buster Keaton, en la cotidianidad vivaz, alegre, juguetón, dio c la exacta para el actor : hace reír sin reír jamás.
Jacques Chirac, el presidente de las explosiones nucleares, pasará a la historia con su cara quemada por los brochazos rabiosos con que lo pintaron los artistas alemanes del neoexistencialismo o grupo de los crueles. Ácido que se riega desde la ceja derecha hasta el final de la barbilla y brinca a la oreja labrándola como un hongo. Brochazos impecables e implacables. Zarpazos de la vida contra la soberbia y la muerte. Rostros patéticos: los de Hitler y Stalin, el del primero burilado por su vesania irreversible, el segundo por cinceladas glaciales. Nadie puede porfiar sobre el rostro bovino de George W. Bush o el de viejo lobo carnoso de Churchill. ¿Y el rostro hierático de Putin o el de cacatúa de Trump?
Por los rostros de Margaret Thatcher y Ángela Merkel corren las líneas impávidas del ejercicio del poder. Rostros risibles: los de una agobiante mayoría de políticos con la inefable sonrisa de escayola colgando de sus bocas. Rezuman corrupción y cinismo los de los Kirchner, Maduros, Correas…
Retornando al cine, desdén y lejanía: James Dean y Heath Ledger; mutismo insondable: los de Marlon Brando o Bette Davis. La inteligencia vaciada en la belleza de Meryl Streep. Rostros duros: Humphrey Bogart, Clint Eastwood. Caras perfectas: Liz Taylor, María Félix, Alain Delon. Rostros que ocultaron tormentas: Charles Boyer, Édith Piaf, Kurt Cobain. ¿Qué se aloja en los de Orson Welles o Woody Allen sino el láser de su talento para labrar sus dominios? La tristeza subyace en los de Montgomery Clift o Jeremy Irons.
Leonardo, Miguel Ángel, Beethoven, Mozart, Einstein, cocidos en la fragua del genio.
Rostros pétreos o gentiles. Virtuosos o depravados, lúcidos o bobalicones, iluminados u ominosos, suntuosos o miserables. Rostros genuinos o simulados, ariscos o abiertos, dignos o serviles, honorables o envilecidos, libres o cautivos. “En la expresión, un ser se presenta a sí mismo”, esto determina al otro como interlocutor del yo sin palabras. El rostro articula nuestras transiciones; somos hechos de tiempo, rastros de rostros vamos dejando, y, de la vida, es exiguo lo que vivimos.