El 16 de febrero de 1896 se publicó en el “New York Journal” de EEUU la primera tira cómica: “The Yellow Kid”, creada por el norteamericano Richard Outcault. Y a partir de ese momento la caricatura política entró a formar parte del periodismo y se extendió por el mundo para hacer reír a la gente y poner en ridículo a los agentes políticos.
La publicación en Francia de la revista “Le Caricature”, con sus ataques satíricos contra el monarca Luis Felipe, inauguró en 1830 la caricatura política, llamada a ejercer gran influencia en la vida pública. Luego advinieron las revistas satíricas: “Le Charivari” y “Le Journal Pour Rire” en Francia, la inglesa “Punch Magazine” y la alemana “Fliegende Blatter”.
Después la japonesa “Japan Punch” y los magacines norteamericanos “Puck”, “Life” y “Judge”, que expandieron por el mundo la caricatura política en la segunda mitad del siglo XIX.
Las caricaturas se politizaron. Fueron instrumentos del humorismo político. Se convirtieron en una manera de enjuiciar o comentar los hechos y situaciones políticos en forma burlona, a través de la comunicación escrita o audiovisual. Pero no por ligeros y burlones esos mensajes fueron menos efectivos a la hora de criticar a los gobiernos y a los políticos. Una caricatura puede ser más elocuente que torrentes de palabras. Y sus efectos pueden ser demoledores. Ella no describe sino que “pinta” los rasgos de un personaje influyente. Deforma sus facciones y su aspecto -incluidos sus defectos físicos- y ridiculiza su vestuario. De modo que el humor de ella es algo muy serio. Y sus mofas, ironías, chanzas y burlas, que incomodan mucho a sus víctimas, son un arma política que se esgrime en la lucha por el poder. Bajo ella subyace un valor ideológico y, por tanto, ella es portadora de creencias, convicciones y códigos.
La caricatura política puede ser explosiva. Recordemos lo que ocurrió el 2006 en los países musulmanes a raíz de la publicación de unas caricaturas de Mahoma. Iracundas masas salieron a las calles en protesta. El odio de los musulmanes se disparó contra Dinamarca, Noruega y Francia, principalmente. Se quemaron banderas europeas y norteamericana. En Damasco se prendió fuego a las sedes diplomáticas de Dinamarca y Noruega. Fue atacada con bombas molotov la embajada danesa en Teherán. En Beirut, al grito de “¡no hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta!”, turbas enloquecidas incendiaron el consulado danés y destrozaron iglesias en el barrio cristiano de Achrafiyé. Un coche-bomba estalló frente a la embajada danesa en Islamabad, mató a ocho personas e hirió a 27. Y el ultraconservador y fundamentalista presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, decretó la insubsistencia de los tratados celebrados por su país con Dinamarca, Noruega y Francia.