El nazismo, igual que las demás ramas del fascismo —el falangismo de la España franquista o el “corporativismo” portugués del dictador Oliveira Salazar (1889-1970)—, no fue una verdadera ideología política puesto que no tuvo una filosofía ni una doctrina sino simples postulaciones ambiguas e incoherentes formuladas en las reuniones de la cervecería “Hofbraühaus” de Munich, en cuyas tertulias solían juntarse en 1920 con un oscuro y paranoico cabo de infantería llamado Adolf Hitler. Y lo tratado en esas tertulias tuvo acogida en una Alemania enferma, que sufría los estragos económicos de la Primera Guerra Mundial y la humillación moral de la derrota y de las sanciones políticas, militares y económicas que le fueron impuestas.
En 1921 el nazismo adoptó como emblema una bandera roja en cuyo centro había un círculo blanco con una esvática negra. La esvástica fue su signo gráfico formado por una cruz gamada cuyos cuatro brazos iguales tenían la forma de una “gama”, o sea de la tercera letra del alfabeto griego.
El líder nazi dio mucha importancia a la simbología de su partido. En su libro autobiográfico “Mein Kampf” (“Mi Lucha”), publicado en 1925, explicó que dio a su partido político el color rojo —como signo épico— y la cruz gamada como símbolo de la lucha por la victoria de la raza aria. Escribió: “Después de innumerables intentos, establecí la forma final: una bandera de fondo rojo, un disco blanco y una esvástica negra en el centro”.
Tras el frustrado “golpe de Munich” del 9 de noviembre de 1923 Hitler y otros dirigentes del nazismo fueron encarcelados en la fortaleza de Landsberg. Y su reclusión le sirvió para escribir su libro, que contiene lo que podría llamarse la “ideología” del nazismo. Lo hizo con la ayuda del militar y político alemán Rudolf Hess (1894-1987), quien era un escritor y un hombre de cultura.
A partir de liberación de su líder, ocurrida un año después, el partido nazi creció caudalosamente y se convirtió en una organización de masas, movida por la electrizante elocuencia de Hitler. Sus proclamas, que con frecuencia incurrían en el histerismo, alcanzaron gran popularidad porque coincidieron con el espíritu de reivindicación nacional que a la sazón conmovía al pueblo alemán ante las abusivas condiciones impuestas a su país por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Hitler alimentaba esas reivindicaciones. Y para hacerlo invocaba lo más sensible de las tradiciones y del orgullo alemanes.
El nacionalismo germánico pronto se convirtió en uno de los mitos del criminal totalitarismo nazi. Ingresaron al partido: Alfred Rosenberg, Meister Eckhart, Hermann Esser, Joseph Goebbels, Hermann Göering, Ernst Röhm y otros dirigentes civiles, militares y religiosos que dejaron huellas en el régimen nazi.