Los correístas de Alianza País le han puesto del nombre de monseñor Leonidas Proaño a su “Escuela de formación política”. La inauguran en un acto partidario en la Escuela Politécnica Nacional, que convoca a varios expositores nacionales e internacionales.
¿Por qué se quiere identificar al correísmo con un ecuatoriano distinguido, figura internacional de cristianismo progresista? ¿Por qué se usa el nombre de un prelado que se declaraba sin titubeos como socialista, pero nunca aceptó identificarse con ningún partido? ¿Por qué se manosea a un hombre que jamás hubiera estado del lado del correísmo?
Es que los correístas creen que en el desprestigio y división en que se hallan, necesitan apoyo de una imagen de verdadera renovación y compromiso con los pobres, de honradez y rechazo de la corrupción, de identificación con las organizaciones populares, para levantar su imagen, cada vez más empañada por denuncias de despilfarro, de mal uso de los recursos, de manipulación y de criminalización de la protesta.
Pierden el tiempo, porque aunque le pongan al centro de entrenamiento de su clientela el nombre del Padre Eterno, el país no les va a creer y verá en ello el intento de ocultar lo que han hecho del Ecuador. Pero es indignante que traten de apoderarse de la figura de monseñor Proaño, que jamás hubiera bendecido la “revolución” de los correístas.
¿Hubiera estado monseñor Proaño de lado del correísmo? ¡Jamás! Hubiera estado con los indígenas que luchan por la tierra y el agua. Hubiera acompañado al FUT, cuyo desarrollo apoyó, en sus marchas y plantones. Hubiera mantenido su apoyo a la Conaie, de la que fue testigo de fundación, en sus reclamos por la vida.
Quienes le conocimos y seguimos su línea de compromiso social, sabemos que Monseñor jamás aprobaría la política de Correa, que la condenaría con fuerza. Hubiera denunciado el asesinato de Bosco Wisuma, los apaleamientos, arrastres y allanamientos de Saraguro, la criminal exploración del Yasuní, los atropellos a la prensa, la persecución de los estudiantes y mujeres. Monseñor Proaño, como Monseñor Luna, el padre Bravo o Pepe Gómez seguirían de lado de Elsie Monge defendiendo los derechos humanos atropellados. Estarían marchando al lado de la Comisión Nacional Anticorrupción y acompañarían a sus miembros en los juicios entablados por el correísmo. Nunca transigieron con los que perseguían a los indígenas y trabajadores, con los nuevos ricos, con quienes usan el cristianismo o la revolución para medrar.
Los correístas se han apoderado de la tesis, de las figuras, hasta de las canciones progresistas. Ahora le tocó el turno al obispo Proaño. Pero la sociedad está reaccionando frente el robo de los símbolos, de su identidad.
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