Según las provocadoras reflexiones del filósofo Byung-Chul Han “La crisis temporal de hoy no pasa por la aceleración. La época de la aceleración ya ha quedado atrás. Aquello que en la actualidad experimentamos como aceleración es solo uno de los síntomas de la dispersión temporal. La crisis de hoy remite a disincronía, que conduce a alteraciones temporales y a la parestesia. El tiempo carece de un ritmo ordenador. De ahí que pierda el compás. La disincronía hace que el tiempo, por así decirlo, dé tumbos. El sentimiento de que la vida se acelera, en realidad viene de la percepción de que el tiempo da tumbos sin rumbo alguno.
“La disincronía no es resultado de una aceleración forzada. La responsable principal de la disincronía es la atomización del tiempo. Y también a esta se debe la sensación de que el tiempo pasa mucho más rápido que antes. La dispersión temporal no permite experimentar ningún tipo de duración. No hay nada que rija el tiempo. La vida ya no se enmarca en una estructura ordenada ni se guía por unas coordenadas que generen una duración. Uno también se identifica con la fugacidad y lo efímero. De este modo, uno mismo se convierte en algo radicalmente pasajero. La atomización de la vida supone una atomización de la identidad. Uno solo se tiene a sí mismo, al pequeño yo”.
Sí, experimentamos una formidable expansión del individualismo extremo, de la dispersión espacial y temporal. No tenemos dónde afincarnos. La anomia nos apoca, en una coyuntura donde la “transición” no permite sepultar la carroña que sigue saliendo a borbotones; y las media tintas nos neutralizan, tragándonos en sus arenas movedizas.
La probable salida a esta situación es buscar puntos de encuentro, retejer la comunidad, recomponer el sentido de familia, sociedad y Estado sin perder la diversidad. Habrá que hallar o inventar nuevos referentes. Pero los partidos, los movimientos sociales y los líderes democráticos están también en crisis, sin capacidad de autocrítica y sin imaginación. Lo mismo sucede con las universidades. No saben qué proponer. Sin embargo, otros sí saben, como los extremismos, las sectas y los dogmáticos. Llenan el vacío con remozados cultos religiosos, y con discursos ultranacionalistas, racistas, patriarcales, homofóbicos y xenófobos. Y comienzan a tener éxito. Allí están los neofascismos, los Bolsonaro en América Latina alzados sobre las purulencias de los “progresismos”, los Trump en EE.UU. y las ultraderechas en Europa, explotando las olas migratorias.
Los demócratas pueden remontar este fenómeno a través de la lucha por una buena educación que permita crear ciudadanía. Y dentro de aquella priorizar la investigación y enseñanza de la Historia, para movilizar su capacidad transformadora, gestora de argamasa social y sentido de transcendencia.
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