No conozco al autor de esta bella metáfora de “ríos que entran al mar”. Mi esposa María Antonieta la oyó y compartió conmigo, pero no registramos el nombre de su autor, con quien quedo en deuda por no brindarle el reconocimiento que debo brindar al citarla.
Cuando la oímos, se refería a cómo las almas difuntas se pierden en la inmensidad, “como ríos que entran al mar”, tema para profunda reflexión filosófica en la cual prefiero no zambullirme acá. Más bien, dándole a la metáfora otro giro, planteo preguntarnos si los esfuerzos que hacemos, cada quien en su propia parcela, por generar cambios en nuestra sociedad no se pierden también, como ríos que entran al mar de la indolencia, la comodidad de las viejas costumbres, y la resistencia al cambio que viene no porque éste asusta (motivo comprensible aunque no aceptable), sino por la razón moralmente despreciable de que la actual realidad corrupta, desordenada y abusiva es conveniente para algunos, que ejercen el poder que tienen, han buscado con desesperación, y defienden a dentelladas, para justamente evitar esos cambios. La pregunta cabe porque es evidente que los esfuerzos por generar cambio, que entre nosotros comenzaron hace ya mucho tiempo, no han resultado aún en sociedades sin abusos ni corrupción, que permitan la plena realización de seres humanos libres y dignos. Puedo incluso comprender la desesperanza de muchos, dadas las fuertes y constantes arremetidas de inmundicia que nos golpean una y otra vez.
Dicho esto, mi respuesta a la pregunta es que no, no se pierden nuestros esfuerzos. El hecho que nuestras sociedades andinas no han logrado aún llegar a la meta no significa, a mi juicio, que no hemos avanzado hacia ella. Al contrario, vivimos la realidad, fascinante para alguien como yo, dedicado desde hace más de medio siglo a tratar de gestar cambios, de una cada vez más visible energía liberadora, que se manifiesta en la clara y valorada presencia entre nosotros de una verdadera educación liberal, de cada vez más jóvenes que no solo no son indiferentes, sino que rechazan la que hasta hace poco era la única opción – la marxista-leninista- viable para canalizar sus inquietudes, mucha más consciencia ecológica, más empresarios que no consideran legítimo abusar de sus trabajadores, engañar a sus clientes o evadir impuestos.
¿Más, pero aún insuficientes? Sí. Aún insuficientes. Pero ya no nos perdemos en el mar de la indolencia, la comodidad de las viejas costumbres y la resistencia al cambio. Venceremos a esas fuerzas nefastas porque crece cada día el reconocimiento de que el poder más vigoroso de todos es el que viene desde nosotros, los ciudadanos, que empujamos de abajo hacia arriba. Con cada persona que se sume a la lucha por hacer decentes a nuestras sociedades, estamos más cerca a que lo sean.