Río es una fiesta. Siempre es una fiesta. Lo es en un día nublado y lluvioso. Lo es más cuando sale el sol en sus playas y en su carnaval único y lo es como gran escenario del deporte mundial que saltó del fútbol a las olimpiadas.
10 000 deportistas de más de 200 países, en 42 disciplinas distintas ( con rugby y golf, de estreno). Los ecuatorianos serán 38.
La bandera de Acnur ya está flameando alto en nombre de una selección de refugiados, una de las sombras del mundo de hoy.
Estarán 120 mil espectadores cada día.
El Maracaná, ese gran símbolo del fútbol, fue el escenario brillante de color en la inauguración. El color fue el verde, el dron, el protagonista de un bello video de saludo, la historia de Brasil jalonada por la conquista y las migraciones multiétnicas fue argumento y el contraste de la música de las favelas que refleja esa inequidad, que es huella de personalidad pero lastima por la pobreza. Además, el telón verde lo fue también para levantar las banderas de esa lucha de todos contra el calentamiento global.
Las XXI Olimpiadas son sui géneris. Brasil atraviesa una de las crisis políticas más profundas con Dilma en la cuerda floja y Lula imputado, dos de sus líderes izquierdistas que han sido símbolos durante más de una década. Su actual Presidente, cuestionado.
La economía pasa un momento crítico y la seguridad ha empleado un número impresionante en el despliegue de fuerzas policiales y militares. No solo están los datos de inseguridad de la ciudad maravillosa sino el temor que invade a todo el mundo. El terrorismo no se anda con rodeos. Las masacres se han desatado lo mismo en América del Norte como en Europa y naturalmente ensangrentan Oriente Próximo y África.
Brasil pone empeño y Río el corazón. Millones de dólares en inversión, gigantes túneles, nuevas ciclovías, otra línea de Metro( 16 km), y un tren liviano que quedarán allí para los vecinos y visitantes y para el mundo la suerte de vivir, aunque sea a la distancia, la fiesta que Río y su alegría simboliza.