Riesgo de narcoestado

Es improbable que las conversaciones de paz entre Colombia y las FARC lleguen a buen fin. La razón es simple: el Gobierno no está negociando con un grupo de patriotas violentos que recurren al crimen y la violación de la ley para lograr un objetivo político.

Las FARC desde hace casi medio siglo comenzaron como brazo armado del Partido Comunista para crear una sociedad similar a la URSS, autoritaria y colectivista, pero en el camino empezaron a financiarse gracias al narcotráfico, los secuestros y las extorsiones, orillando el proyecto político original. Sencillamente, se transformaron en una banda más parecida a los carteles de la droga que a las organizaciones revolucionarias violentas.

¿Por qué estos narcoguerrilleros participan en negociaciones de paz? La hipótesis más difundida es que los ataques de los militares colombianos les hicieron mucho daño a partir de la estrategia del presidente Uribe y temían resultar liquidados como Raúl Reyes, Mono Jojoy y Alfonso Cano.

Otra probabilidad es que pensaran, siguiendo el ejemplo vietnamita en los años setenta, que negociar con el enemigo acabaría debilitándolo. Dialogar es una táctica de lucha más que un cambio de estrategia, lo que explicaría la arrogancia y el triunfalismo con que acuden a la mesa.

Una tercera motivación, compatible con las anteriores, es el triunfo de la visión chavista de la toma del poder: conquistar el Gobierno por vía electoral, como en El Salvador, aunque al principio auparan un candidato independiente, informalmente comprometido con las narcoguerrillas.

Entre las enormes ganancias que produce el narcotráfico, más la fabulosa ayuda de Hugo Chávez, no es descabellado pensar que las FARC, parapetadas tras otras siglas, consideren su ingreso victorioso en la Casa de Nariño. Probablemente eso es lo que recomendaría Raúl Castro, tras todas las inútiles guerras convocadas por su hermano .

Pero, tan importante como el por qué las narcoguerrillas se sientan a conversar, es el para qué. La mejor y más siniestra explicación es: convertir a Colombia en un narcoestado, a escala mucho mayor de lo que Noriega hizo de Panamá en los 80.

¿Para qué gestionar una vasta operación de narcotráfico escondidos en la selva cuando pueden hacerlo cómodamente desde el Gobierno? ¿No hay narcogenerales venezolanos que tratarán de conservar el poder cuando el enfermo Presidente muera? ¿Qué poder puede oponerse a una alianza entre dos narcoestados del tamaño e importancia de Colombia y Venezuela?

¿Cuál es, si no, el análisis de las conversaciones de paz en La Habana? ¿Puede pensarse que esas narcoguerrillas, atemorizadas por la derrota, están dispuestas a desarmarse para integrarse en la vida pública colombiana o en la sociedad civil a cambio de impunidad por los crímenes? No lo creo. No es así como actúan las organizaciones criminales.

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