Quizás el ser humano es la única especie que se empeña en no aprender de los errores del pasado y, en su cíclica conducta de ejecutar acciones que la historia nos cuenta que han sido estrepitosos fracasos, miles de hombres y mujeres han sido víctimas inocentes de esos experimentos. Muchos eventos históricos quizás estuvieron inspirados en valores que después devinieron en principios fundamentales, pero después los hechos y los excesos desnudaron que los revolucionarios de ayer investidos de poder pueden convertirse en los déspotas a combatir. La revolución rusa que, según sus mentores, estaba destinada a crear el hombre nuevo, humanista y solidario provocó la pesadilla estalinista, con millones de muertos y presos políticos que son una afrenta a la historia. Terminó con la desintegración de la vieja URSS y la apertura que sobrevino mostró a sus habitantes que estaban a lustros de alcanzar el grado de desarrollo existente en los países de Europa occidental. De la misma época en sus inicios, la revolución mexicana quedó atrapada en las redes de la burocracia partidista que la secuestró. Tras un cuarto de siglo de luchas, incluida la rebelión de los cristeros, la revolución quedó sometida a una enmarañada estructura que gobernó por cerca de 70 años, donde el país azteca pese a sus recursos no ha podido alcanzar los niveles de otras sociedades que tuvieron un similar punto de partida.
Luego aparece la figura de Mao y su revolución cultural. Cientos de miles de chinos asesinados y desplazados por ese ensayo de locura colectiva. Al final, abandonando los principios económicos que la sujetó aún más en el atraso, China emerge como potencia mundial cuando adopta mecanismos que fueron repudiados por los dirigentes comunistas. La forma de capitalismo de estado que predomina basa su éxito en precarios salarios que reciben los trabajadores chinos y la austera vida que llevan cientos de millones de personas.
Más cercana en el tiempo, la revolución de los barbudos que encandiló a toda la izquierda latinoamericana por décadas ya no es un modelo a seguir ni siquiera para su decadente líder. Estos experimentos han terminado, más tarde o más temprano, por reducir las proclamas revolucionarias a frases que inundan la propaganda, esa sí muy efectiva. Estos procesos fueron sometidos a estructuras ineficientes, que lograron edificar enormes burocracias de la que se sirvieron para mantener el control del poder a costa de las libertades.Es verdad, las revoluciones engullen a sus propios miembros. Son efectivas para hacerse del control político pero ineficaces para brindar bienestar, peor todavía si para evaluarlas se tiene que tratar del respeto a los derechos fundamentales. Los revolucionarios terminan de flamantes anotadores de los nuevos atropellos. Por dignidad, algunos se hacen a un lado.