Enrique Ossorio
Columnista invitado
Esta semana, el presidente Correa realizó un llamado a la ciudadanía a ejercer su derecho a la resistencia ante la nueva marcha convocada por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), que tuvo lugar este miércoles.
Es interesante destacar este movimiento de quien enuncia la resistencia. La palabra (y el acto de) resistir siempre estuvieron asociados al lugar del menos poderoso, de quien se ve obligado a sostener su verdad frente a la de otro con mayor poder (entendiendo al poder en términos en los que los planteó Foucault, el que resiste también ejerce poder, aunque en menor medida).
En esta oportunidad, Correa hace una inversión del término al instar a los ciudadanos a que resistan frente a la presión de las minorías que intentan resolver sus demandas por la vía del conflicto. No es casual esta apelación al espíritu colectivo si se tiene en cuenta que la revolución ciudadana nació sobre la base de una gran impronta participativa. Ni tampoco nos sorprende que la amenaza del retorno al pasado –a los tiempos de los procesos democráticos truncos- vuelva por momentos débiles a los gobiernos populares.
Observamos como un proyecto político que le devolvió el sentido a la palabra revolución, ahora resignifica el concepto de la resistencia. Lo más simbólico del caso es que cuando Correa llama resistir apela al sentido democrático de los ecuatorianos, entendiendo que la mayoría popular no quiere retroceder a otros momentos de la historia del país.
Es el Gobierno quien tiene que resistir frente a las expresiones violentas, por minoritarias que sean, y quien tiene que velar por la integridad de los ciudadanos y por el patrimonio público. Sin dudas, el gran desafío, no solo para el Gobierno ecuatoriano sino para la región latinoamericana en conjunto, es atravesar los períodos de resistencia con el mismo espíritu de conjunto que cuando se enfrentan situaciones positivas en relación a los niveles de aceptación de una gestión de Gobierno.
Ahí está la clave para impulsar procesos políticos, económicos y sociales a largo plazo (a fuerza de ideas, diálogo y consensos), atravesando etapas de transformaciones y otras de proteger los logros alcanzados. Correa llama a resistir porque confía que hay una mayoría de ecuatorianos que quiere defender lo obtenido estos años. Siempre pensando en términos de proyecto de país, y no partidarios o personalistas. Más tarde o más temprano Correa dará paso a nuevos dirigentes que continuarán construyendo futuro.
Es hora de seguir reforzando el valor del voto. En definitiva, la que debe resistir es la calidad institucional y democrática de un país. En este sentido, y así lo expresa el llamado presidencial, la mayor revolución del Ecuador es la continuidad de los procesos democráticos y la verdadera resistencia es la de un pueblo -que recuperó su autoestima- frente a las amenazas de volver al pasado y de perder todo lo conquistado.