La capacidad de manipulación del espacio público bajo la revolución ciudadana no tiene límites éticos ni políticos. Estamos frente a un Gobierno que cree tener la autoridad y la legitimidad suficientes como para convertir a los espacios cotidianos en un campo a ser bombardeado con propaganda. Gobierno invasivo, manipulador, quiere presentar su gestión como la quinta maravilla. Genios y magos, nuestros revolucionarios aseguran haberlo transformado todo. Correa es poco menos que el señor de los milagros. No se cansan del incesante martilleo propagandístico, del uso repetitivo de un mecanismo que no puede ser contestado ni contrastado, menos, rebatido. A este ejercicio grosero de manipulación, Fernando Alvarado, sin el menor rigor conceptual, llama rendición de cuentas.
La revolución no respeta espacio, no pone límite a su autoridad, se filtra de manera alevosa por todos los resquicios. Cuando nos sentamos a disfrutar del Mundial, de una fiesta global, la insoportable revolución entra con toda su perorata a colonizar la opinión pública. Martilleo constante de su visión interesada con el fin de acumular más capital político. Glotonería del poder, que solo piensa en tener más. Utiliza, sin ningún escrúpulo, el dinero del público y el poder del Estado para recordar a los ciudadanos la omnipresencia de la revolución, su infatigable voluntad de control y dominio. Glotonería del poder que detesta el funcionamiento de espacios independientes y críticos, que no escatima esfuerzo para atacar, dar vuelta la realidad y manipular la opinión. Enfermos con el poder, obsesionados por controlar todo, fabrican adversarios para desplegar su lógica de destrucción. Los hermanos Alvarado definen el carácter de la revolución. La convierten en maquinaria incansable, abusiva, de propaganda y manipulación mediática. Con la venia de Correa, han simplificado la política hasta convertirla en un juego de simulación: imágenes y consignas repetidas hasta el hartazgo. Eso es hoy la revolución ciudadana: una maquinaria de manipulación de los signos, las aspiraciones, la realidad, los anhelos de cambio; una maquinaria que entra sin pudor a todos los espacios, a toda hora, por todos los medios. Ningún otro Gobierno había convertido a la propaganda en el eje. Correa imita ahora a los Alvarado. Juega con las palabras y manipula posturas. Simuló un giro político para volver al ataque. Ahora, los medios son acusados de defender la libertad de expresión para robar, mentir y agredir. A esta campaña sucia, infame y al despliegue grosero de propaganda, Fernando Alvarado los llama la reconceptualización del espacio público. Sus palabras retratan a los nuevos revolucionarios: lenguaje pomposo para justificar la asfixia, la saturación y el ahogo hasta que callemos. La propaganda invasiva y mentirosa se llama, en el lenguaje de los estrategas revolucionarios, reconceptualización del espacio público.