‘Ningún partido me representa”, decían las pancartas en las multitudinarias manifestaciones formadas con fuerza de contagio en São Paulo y otras ciudades brasileñas. Se calcula que más de 250 000 personas se han manifestado, dándole nombre a una protesta bautizada ya como la ‘revolución del vinagre’.
Se dirá que 250 000 manifestantes es poco para la población de Brasil, superior a los 200 millones de habitantes, de los cuales 20 viven en el área metropolitana de São Paulo y más de 12, en Río. La contabilidad dice poco sobre un movimiento tratado con tacto y hasta justificado por la presidenta Rousseff. Ella sabe que un gesto de hostilidad afectaría la preocupante calificación de su imagen de gobernante, que pasó del 65 al 57% entre marzo y junio. La sucesora de Lula ha entendido que las manifestaciones -incluidas la inesperada rechifla que le regaló el público en la inauguración de la Copa Confederaciones- son “un mensaje directo a todos los gobiernos de repudio a la corrupción y al uso indebido del dinero público”. Ha aceptado mentar la soga en casa del ahorcado.
Nada de lo que suceda en Brasil es ajeno al mundo, y menos aún el hecho de que las protestas tengan su origen en un punto aparentemente menor: el rechazo a las nuevas tarifas de buses, iniciativa liderada por el Movimiento Passe Livre (MPV). La exigencia del grupo es radical y acaso inviable por su fuerza de contagio nacional: servicio gratuito para más de 4 millones de usuarios diarios en São Paulo.
Los paulistas -el primer fulgor de una llama que se extendió a la populosa Río y otras capitales de Brasil- consideran que en la relación precio del boleto/salario, ellos pagan la tarifa proporcionalmente más alta del mundo. Un alza de 20 céntimos de real, detalle que no sirve para explicar las raíces del “movimiento”. El malestar es más profundo.
La indignación y las protestas colectivas tienen en el mundo canales de expresión que ya no pasan por los partidos políticos, aunque estos se sumen por oportunismo a ciertas corrientes de protesta social. Los ciudadanos organizados crean sus propios liderazgos. Sucede que la relación entre los partidos y los ciudadanos se ha invertido y ahora, si desean sobrevivir, los partidos tienen que ponerse a la altura de las exigencias ciudadanas.
Las protestas de São Paulo fueron mal manejadas por el Gobierno local. Al hacer uso de una fuerza pública intimidante, convertida en el más eficaz “agente provocador”, se abrieron las compuertas a una corriente violenta, minoritaria frente al carácter mayoritariamente pacífico de las manifestaciones.
En Brasil se están dando dos fenómenos que podrían manifestarse en cualquiera de nuestros países: las protestas sociales sin partido y el apretón de garganta a la “racionalidad” económica del sector público, más complaciente con el sector privado, que negocia y vende servicios.