La historiografía tradicional hizo mucho daño a la Historia, a la sociología y a la politología. Según aquella todo cuartelazo, alzamiento o revuelta fue catalogada de “revolución”. Así los estudiantes memorizaron fechas y hechos de “muchas” “revoluciones”: revolución de los estancos, de las alcabalas, marcista, liberal, juliana, revolución del 28 de mayo, etc. De allí que hasta ahora a todo intento de cambio o sacudón político o militar nos veamos tentados en calificarle de revolución.
Mas ¿Qué es revolución? En términos sencillos es una profunda transformación en todos los órdenes: ética, económica, social, política y cultural. Siendo así, en estricto rigor Ecuador todavía no ha vivido esa transformación integral.
En todo caso en estos días estamos recordando un año más de la “revolución” del 28 de mayo de 1944, “La Gloriosa”, aquella extraordinaria revuelta popular que derrocó al régimen autoritario de Carlos Arroyo del Río y que por obra de sus dirigentes colocó en el poder al caudillo más importante de la política ecuatoriana del siglo XX, José María Velasco Ibarra.
En efecto fue un poderoso movimiento de masas, como los hubo antes y después de esa fecha, en el que la gente del pueblo puso sus esperanzas, esfuerzos y muertos y las ganancias las obtuvo la vieja élite de siempre encubierta las más de las veces con caretas “revolucionarias”.
La “Gloriosa” se constituyó en una de las más grandes derrotas de la izquierda del Ecuador. Socialistas y comunistas, junto con liberales y conservadores desataron el movimiento, y sumisa, ingenua u oportunistamente entregaron el destino de la “revolución” en manos del “gran ausente”, quien en la práctica gobernaría con sus viejos amigos conservadores, liberales y “velasquistas”.
Los revolucionarios no quisieron la revolución. Pedro Saad, el máximo líder del comunismo criollo a voz en cuello proclamaba en esos días: “No ansiamos la Revolución Social, porque nuestro estado actual no lo permite; esas masas organizadas ofrecen su fuerza para conseguir el desarrollo económico del país”
La verdad es que al caudillo, ya montado en el potro ni de lejos le importó el coqueteo o el discurso izquierdista fuera este timorato o radical. El poder era “él”, porque él se concebía el legítimo representante la “Patria”: “No me fijéis a mí que desarrolle un programa de socialista, comunista, liberal o conservador. No soy para eso’. yo seré el jefe de la Nación, yo seré el servidor del pueblo’Pero en el acto de gobierno, ese acto será mío y absolutamente mío. Oídme bien. Seré yo solo el responsable’He de estar por encima de todos los partidos políticos sin más enseña que la Patria”
A pesar de todo sirve volver a mirar la historia de esas autoproclamadas “revoluciones”, de los “revolucionarios” y de los caudillos que las matan. ¿No les parece?