Columnista invitado
Quizás el concepto más aceptado de Estado es el del sociólogo alemán Max Weber que lo define como “aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima”.
Que la violencia sea legítima y que sea reclamada con éxito implica que no tenga réplica por parte de los ciudadanos, quienes aceptan someterse a esa coacción estatal diseñada para evitar que seamos objeto de la violencia ilegítima de terceros, para lo cual debe estar debidamente institucionalizada, normada y racionalizada.
Ahora bien, el Estado no solo monopoliza la violencia, siendo garante de la organización social, también es un agente hacia la consecución del bien común, para lo cual necesita de una estructura organizacional que esté presente en la mayoría del territorio a fin de implementar efectivamente las decisiones que se tomen con ese fin.
¿Pero qué pasa cuando el Estado es incapaz de monopolizar la violencia?
¿Cuando los ciudadanos nos sentimos indefensos frente a la violencia que ejercen terceros sobre nosotros?
¿Cuando el Estado no puede estar presente en todo el territorio?
Las respuestas quizás estén en Posorja.
Posorja es un pequeño pueblo rural de la costa ecuatoriana. Su población vive de la pesca o la agricultura y la presencia estatal es poca, sufren de acuciantes y recurrentes problemas de escasez de agua potable, de alcantarillado, de infraestructura educativa o de seguridad.
Es poco lo que el gobierno nacional o el gobierno municipal de Guayaquil, cantón al que pertenece, han aportado en esa línea.
Allí, en días pasados, una turba enfurecida desbordó a la policía y sacó de las celdas en que estaban detenidos por robo a dos hombres y una mujer, acusándolos de ser secuestradores de niños.
Los arrastraron y los arrojaron a la calle, donde fueron golpeados y apedreados hasta la muerte.
De nada valieron sus gritos suplicando clemencia ni los intentos de la sobrepasada policía de detener la espantosa carnicería.
Mientras, en redes sociales, muchas voces justificaban o apoyaban esos actos en contra de los “secuestradores”.
Así, entre las atroces imágenes de la matanza y los tuits y mensajes que la secundaron está la de un país en que el Estado es incapaz de controlar la violencia debido a una debilidad institucional crónica y a su incapacidad de hacerse presente en todo el territorio.
Asimismo, descubren nuestra cultura política, que trasluce desconfianza y poco respeto a las instituciones estatales y a su capacidad de protegernos y brindarnos seguridad, convenciéndonos de que es mejor hacer justicia por nuestra cuenta. Finalmente, revelan también nuestro poco respeto a la vida humana y a las normas que la protegen.
En definitiva, Posorja es un retrato de Ecuador de cuerpo entero.