Retorno a la sensatez

Parecería que es el momento de volver a la sensatez, y asumir que la prudencia, el equilibrio y el respeto mutuo son, en definitiva, los resortes que hacen posible la dinámica de la sociedad. Parecería que es el momento de mirar al país como el sitio de encuentro, como el punto de contacto de todos, y como el espacio en que es posible vivir con un poco de paz y con mínima seguridad, como la casa familiar, como aquello que convoca e ilusiona, que une y nos hace hermanos.

Sí, hermanos, porque de un tiempo a esta parte, la hermandad que mal o bien existía en estas tierras desapareció. Llegaron en su lugar los conflictos sin fin, los debates sin sustancia, los gritos que ahuyentan la paz y hacen imposible la reflexión.

Hermanos, porque lo que veo en la pantalla del televisor, y por lo que llega por la Red, es algo que se parece al odio. Veo combates, marchas, poblaciones levantiscas, fuerza, garrotes, incendios que bloquean vías. Veo gente que lucha contra la gente, puños en alto, actos de masas, desfiles que reflejan inconformidad y desconcierto. Veo fuerza armada, escudos, toletes. Veo lanzas revividas, gestos descompuestos. Desmesura, eso veo en todo lado.

La democracia de la que tanto hablamos es, ante todo, tolerancia, es competencia leal entre gente de visiones distintas. No es combate entre enemigos. No es guerra. No es alboroto. A veces, debe ser silencio y reflexión. A veces, quizá, será una sonrisa comprensiva, una palmada en el hombro al que no piensa igual. Un gesto de cortesía. Y es descubrir que la uniformidad absoluta de pensamiento es el fin de la libertad.

¿Será muy difícil entenderse? ¿Se puede bajar la temperatura en las calles y en las plazas? ¿Se puede volver al diálogo entre quienes piensan distinto? ¿Se puede desmovilizar a una sociedad movilizada hasta la imprudencia? ¿Es asunto de enfrentarse, de tirar piedras y emplear toletes, garrotes y lanzas? ¿Es posible todavía bajar las banderas, mirarse a la cara, reconocerse y saludarse y hablar?

Creo que todo eso es posible todavía, porque el ecuatoriano es gente de buena índole. Nunca es tarde para que gobernantes y opositores hagan un pacto de prudencia y caballerosidad, para que revisen posiciones y admitan que hablando se entiende la gente, que la intransigencia es mala consejera, que hay canales institucionales para resolver las diferencias, que hay mecanismos legales para hacer posible la convivencia.

El Cotopaxi pierde su manto blanco. La ceniza tizna su nieve. Ahora humea, advierte. Sus vecinos sufren, esperan y desesperan. Los campesinos se angustian por sus familias, vacas y cultivos y miran con tristeza la chacra gris, cubierta de polvo volcánico. Mientras tanto, en otro sitio del país, comuneros o activistas garrotean a los policías. Y en otro sitio se desarma la paz.

fcorral@elcomercio.org

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