No hay un solo político que no se llene la boca con la palabra educación, pero no abundan los que en realidad le metan al tema todo el compromiso que requiere en este siglo del conocimiento.
La inversión sigue siendo baja en general en América Latina y la calidad del gasto es aún peor. En tiempos de medir la eficacia en todo, los gremios de maestros se oponen de manera terminante porque saben que los resultados no los favorecerán. Los programas de estudios diseñados en función de los intereses de los bancos que los financiaron hoy demuestran sus notables carencias y limitaciones que habría que emprender la reforma de la reforma como siempre ha sido la constante en nuestro subcontinente. El nivel de socialización del tema educativo solo encontró manifestaciones sociales masivas de apoyo en el único país de América Latina que nació independiente teniendo a un educador venezolano por delante: Chile, con Andrés Bello.
El resto se quedó con periodos más o menos brillantes como el emprendido por Sarmiento en Argentina, que hizo que la escuela pública se transformara no solo en un espacio de reproducción de conocimientos, sino de notable mecanismo de nivelación y promoción sociales. La experiencia colombiana no deja de ser interesante con un porcentaje hoy por encima del 85% de niños y jóvenes en escuelas y colegios públicos o el que se quiere proponer en el Brasil de que todos los funcionarios del Estado envíen a sus hijos a colegios públicos como una manera de comprometerlos en hacerlos cada vez mejor.
Pero todo esto tendrá un valor relativo si no logramos retener a los talentos. Hoy el desafío es igual por ese lado. Además, hay que universalizar no solo el acceso sino el conocimiento, tendremos que desarrollar políticas públicas que permitan que nuestros graduados locales con pasantías internacionales encuentren atractivo los países de donde son originarios para lo cual la política en general tiene que cambiar su trato entre sus protagonistas. Un discurso confrontativo permanente lo único que asegura es la inestabilidad y consiguientemente vuelve poco atractivo el quedarse o retornar al país de origen.
Por más inversión que se haga en educación valdría la pena mirar con qué nivel educativo se trata la política por parte de los políticos. Si la retórica virulenta o la actitud prepotente del poder hacen parte de su ejercicio, nadie bien educado encontrará atrayente devolver la costosa inversión que hicieron millones de compatriotas analfabetos o pobres para formarlos en centros públicos de enseñanza.
Somos lo que hacemos con la educación y ese es el mensaje que enviamos a un futuro que no vamos a ver.