Entrar al claustro de San Agustín, alzar la vista y encontrarse con las vigas del segundo piso desnudas, con las enormes abras de un entablado deplorable, es una fea experiencia para todo el mundo; tanto más que a unos pasos se puede ver el artesonado original del claustro oriental, que se conserva, aunque no intacto. Fue restaurado varias veces.
Semejante lacra, fea a la vista del común de los mortales, debe ser subsanada. Hay que colocar una suerte de tumbado o artesonado allí, no solo porque lo que ahora se ha dejado es abiertamente antiestético y se nota que falta algo, sino que antes había uno allí mismo. Es decir, no se trata de impostar algo nuevo, sino de restaurar lo que ya había y fue destruido. Eso se lo hace todos los días en monumentos de todo el mundo.
Un grupo de distinguidos expertos en arte y arquitectura se han opuesto a un proyecto de restaurar ese artesonado, pero me parece que cometen un error al equiparar este con casos como la posible reconstrucción de la torre de la Compañía, que era ciertamente incorrecta. No se propone, por ejemplo, “completar” la colección de Santiago en el claustro de San Agustín con cuadros inventados o copiados por autores actuales. No se trata de reintroducir un elemento distinto que ya desapareció, sino de poner en su sitio un elemento que está allí y fue mutilado, de modo que se hace notoria, y yo diría chocante, su falta.
No conozco el proyecto concreto de restauración. No puedo opinar sobre lo que concretamente se piensa hacer. Pero tengo claro que sería incorrecto “remedar” el artesonado que existe, o repetirlo sin que se note que es nuevo. Se deberá hacer algo que claramente se distinga como introducido en nuestro tiempo.
No se trata de una “construcción nueva”, como “aumentarle un cuarto” al edificio, sino de restituir algo que tenemos la certeza de que existía y que sabemos que estilo tenía. Y lo que es más, que hace falta en el tumbado del claustro ante el público atento que solo tiene que alzar la vista para notar la fea ausencia.
Es absurdo afirmar que lo que todo queda destruido o dañado no debe tocarse. Siguiendo semejante lógica, no se debieron reparar los monumentos que sufrieron con el terremoto de 1987; o se debió dejar quemada esa parte de la Compañía, que sufrió el incendio. Esta teoría de los “intocables” riñe con la más elemental lógica.
Desde luego que, tratándose de uno de los monumentos más importantes del país, se debe discutir mucho sobre qué hacer. Estoy plenamente de acuerdo con que se debata con amplitud el asunto en foros apropiados y con el tiempo necesario. En ese sentido, me permito exponer mi opinión, aclarando que no tengo elementos completos para hablar del proyecto concreto, ni intención de defenderlo sin más, sino de contribuir a que el país le dé la atención que debe a San Agustín.