Hace dos semanas envié un mensaje a través de la red Twitter porque me sentía sorprendido, era el primer domingo desde hacía varios meses que los tuiteros no “mataban a Chávez”. La semana pasada, la especulación a través de esa red llegó a su máxima expresión cuando se comenzó a correr la voz de que el Mandatario venezolano fue fotografiado por un paparazi, supuestamente intubado en un hospital de La Habana.
La imagen, antes de que se supiera que era falsa, me pareció absolutamente grotesca y así lo hice notar vía Twitter. Muchos coincidieron y, en medio de todos los rumores sobre la salud del coronel Hugo Chávez, llegó la confirmación: la foto era un engaño.
Se trataba de un video, cuya imagen fue congelada a los 2 minutos y 30 segundos, justo en el momento en el cual el individuo intubado se parecía mucho más al Mandatario venezolano.
El diario español El País compró la fotografía y la publicó en su edición del 24 de enero. Muy pocos ejemplares fueron vendidos porque la empresa periodística ordenó retirar toda la circulación desde los quioscos de venta al público.
Sin embargo, el daño a su reputación, a su credibilidad, ya estaba sentenciado. La ética, una condición esencial en el periodismo y en toda profesión o actividad laboral, sufrió un golpe letal. El periódico, que en el 2012 pasó por una de sus peores crisis, incluido el despido de 700 empleados, en su mayoría periodistas, vive ahora una situación similar a la que aqueja a toda la sociedad española.
Ahí puede estar alguna de las hipótesis para que ese diario no haya sido más severo en la aplicación de los códigos éticos en una situación tan delicada como la salud de un personaje mundial. Así como un Ejército debe ser dirigido por generales, un medio de comunicación no puede estar en poder de pasantes o de periodistas con poca experiencia y responsabilidad.
Una cosa es la política, que no siempre es manejada con pulcritud por los gobernantes, otra es la intimidad de las personas. Es verdad que Chávez ha polarizado a la sociedad venezolana, ha creado, con su inconmensurable poder, la división entre ciudadanos “buenos” (los que lo apoyan) y “malos” (los que lo rechazan).
Eso es absurdo en cualquier sistema democrático, pero de ahí a irrespetar su estado de salud, algo tan íntimo, tan familiar, merece todo el rechazo de la comunidad internacional.
¿Qué necesidad había de mostrar una imagen tan cruda en la portada de un periódico? A mi juicio, ninguna, más allá del afán por buscar primicias que cada vez son más escasas porque, en la actualidad, las noticias fluyen a un ritmo inusitado a través de las diversas redes sociales.
También es cierto que la información es un derecho de todos los ciudadanos y que si no fuera por el exceso de secretismo que ha rodeado a la enfermedad de Chávez, nadie especularía tanto con un asunto tan delicado como un cáncer.