Es talvez el derecho que más se ejerce: el derecho a la resistencia. El país, ese país ingobernable, tiene una resistencia a prueba de todo, demostrada día a día. Hay quienes resisten las sabatinas y las escuchan y aplauden. También resisten la propaganda continua. Otros resisten los insultos y se resisten a dejar sus cargos. Hay quienes aún resisten la canción protesta de los 70. Y quienes se resisten a creer que ya no hay muro de Berlín o que Gadafi, luego de 40 años de poder, ya no es el revolucionario que se creía.
Resistir es algo que sabemos hacer. Y no hoy, desde siempre. Una prueba de resistencia permanente: se resisten las filas o el pesado tráfico, a pesar del pico y placa. Los bolsillos aún resisten. Y muchas mujeres todavía resisten las palizas de los maridos. Se resisten las peleas políticas, locales y nacionales; se resisten las corruptelas, chiquitas y grandes.
Algunos se resisten a creer, a estas alturas, que no se va explotar el dichoso ITT a pesar de que saben que ya se están haciendo todos los trabajos previos, incluida la sísmica 3 D. Su resistencia es casi como la fe: ciega. Ignoran los documentos que lo prueban y los trabajos en campo. Y se solazan con lo contrario en las cumbres de ambiente donde todo es conservacionismo del más puro, aunque vayan a explotar el ITT, Sarayaku y los bloques del Curaray sin que a nadie se le mueva un pelo.
El país resiste las pesadas contiendas electorales al menos cada año; resiste las campañas continuas y los discursos; resiste los atropellos y los asaltos; resiste la tramitología y la burocracia; resiste la mala atención en los hospitales públicos; los malos profesores y la pobre educación. Otros, incluso se resisten a aprender, aunque se crea en el país libre de analfabetismo.
El país resiste la demagogia y la politiquería. Los indígenas resisten que les llamen terroristas. Los medios resisten que les llamen corruptos o sicarios. Los ex forajidos resisten que les llamen traidores. Los constitucionalistas y académicos se resisten a ver que la mayoría del pueblo no entenderá sus argumentos contra la consulta, así, pregunta a pregunta, simplemente porque pocos son los capaces de leer y entender las preguntas y, menos los anexos. Y talvez no resistan el pesado debate’
Hay también quienes se resisten a ver atropellos a los derechos humanos, las injusticias diarias, la violencia cotidiana o la ineficiencia de algunas instituciones.
El mismo Presidente tiene una resistencia a prueba de todo. Se resiste a creer que el país no se haya vuelto Suiza; se resiste a que la prensa, a veces, diga la verdad; se resiste a dialogar con sus opositores y abrir caminos de consenso. Probado está que el país resiste. No nos podemos quejar: el derecho a la resistencia, o el de la paciencia, es un derecho consuetudinario. A prueba de todo.